ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO
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WT/DS18/RW
18 de febrero de 2000
(00-0542) |
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Original: inglés |
AUSTRALIA MEDIDAS QUE AFECTAN A LA IMPORTACI�N DE SALM�N
RECURSO AL P�RRAFO 5 DEL ART�CULO 21 POR EL CANAD�
INFORME DEL GRUPO ESPECIAL
(Continuaci�n)
VI. CONSULTA DEL GRUPO ESPECIAL CON LOS EXPERTOS CIENT�FICOS
A. PROCEDIMIENTOS DEL GRUPO ESPECIAL EN RELACI�N CON LAS ESFERAS DE
ESPECIALIZACI�N CIENT�FICA
6.1 El Grupo Especial record� que el p�rrafo 2 del art�culo 11 del Acuerdo MSF
estipulaba que:
"En una diferencia examinada en el marco del presente Acuerdo en la que se
planteen cuestiones de car�cter cient�fico o t�cnico, el grupo especial
correspondiente deber� pedir asesoramiento a expertos por �l elegidos en
consulta con las partes en la diferencia. A tal fin, el grupo especial podr�,
cuando lo estime apropiado, establecer un grupo asesor de expertos t�cnicos o
consultar a las organizaciones internacionales competentes, a petici�n de
cualquiera de las partes en la diferencia o por propia iniciativa."
Observando que en la presente diferencia interven�an cuestiones cient�ficas y
t�cnicas, el Grupo Especial consult� con las partes sobre la necesidad de
asesoramiento de expertos. El Grupo Especial se�al� que dicho asesoramiento
hab�a sido muy valioso durante el examen anterior de este asunto y adem�s que
las pruebas que se le hab�an presentado inclu�an varios informes nuevos sobre el
an�lisis del riesgo. El Grupo Especial decidi� pedir asesoramiento cient�fico y
t�cnico de conformidad con el p�rrafo 1 y la primera frase del p�rrafo 2 del
art�culo 13 del ESD y en aplicaci�n de la primera frase del p�rrafo 2 del
art�culo 11 del Acuerdo MSF.
6.2 El Grupo Especial examin� inicialmente la posibilidad de pedir asesoramiento
a dos de los cuatros expertos que lo hab�an asesorado en la diferencia anterior,
as� como a un tercer experto con experiencia en la esfera de la aplicaci�n de
medidas sanitarias. Se invit� a las partes a que formularan observaciones sobre
esta propuesta y, en particular, a que se�alaran las objeciones que pudieran
tener con respecto a cualquiera de ellos, o bien que propusieran otros expertos.
El Grupo Especial seleccion� luego tres expertos, teniendo en cuenta las
observaciones formuladas por las partes y la necesidad de conocimientos
especializados en varios sectores. Se pidi� a estos expertos que actuaran, a
t�tulo personal, como asesores individuales del Grupo Especial.
6.3 El Grupo Especial, en consulta con las partes, prepar� una serie de
preguntas espec�ficas que present� a cada uno de los expertos por separado. Se
les pidi� que respondieran por escrito a las preguntas para las que se
considerasen calificados. Las partes convinieron en que se facilitasen a cada
uno de los expertos seleccionados las comunicaciones que hab�an presentado por
escrito al Grupo Especial, incluidas las versiones escritas de sus exposiciones
orales. Las respuestas por escrito de los expertos se presentaron a las partes,
que as� tuvieron la oportunidad de formular observaciones sobre ellas.
6.4 Se invit� a los expertos a debatir con el Grupo Especial y con las partes
sus respuestas por escrito a las preguntas y a proporcionar ulterior
informaci�n. A continuaci�n figura un resumen de las respuestas facilitadas por
los expertos.131
6.5 Los expertos seleccionados para asesorar al Grupo Especial fueron los
siguientes:
Dr. Gideon Br�ckner, Director, Food Safety and Veterinary Public Health,
Sud�frica;
Dr. Alasdair McVicar, Oficial Cient�fico Principal, Aberdeen Marine Laboratory,
Escocia, Reino Unido;
Dra. Marion Wooldridge, Department of Risk Research, Veterinary Laboratories
Agency, Reino Unido.
B. PREGUNTAS FORMULADAS A LOS EXPERTOS - RESPUESTAS COMPILADAS
Pregunta 1. En el An�lisis del Riesgo de las Importaciones de 1999 sobre los
salm�nidos no viables y los peces marinos distintos de los salm�nidos (Informe
de 1999), particularmente por lo se refiere a los salm�nidos,
a) �se eval�a la "likelihood", es decir, la "probability" (probabilidad) de
entrada, radicaci�n o propagaci�n de las enfermedades motivo de preocupaci�n
para Australia identificadas en el informe?;
b) �se eval�a la "likelihood", es decir, la "probability" (probabilidad) de las
posibles consecuencias biol�gicas y econ�micas conexas a estas enfermedades?;
c) �se eval�a la "likelihood", es decir, la "probability" (probabilidad) de
entrada, radicaci�n o propagaci�n de las enfermedades, seg�n las medidas
sanitarias que pudieran aplicarse?
6.6 El Dr. Br�ckner convino en que el IRA de 1999 que hab�a presentado Australia
era una evaluaci�n cualitativa por las razones que expon�a Australia en dicho
documento y en su primera comunicaci�n (p�rrafos 104-106). Estimaba adem�s que
el IRA de 1999 se hab�a elaborado de conformidad con las directrices de la OIE
para las evaluaciones del riesgo de las importaciones y conforme a las
prescripciones de los p�rrafos 2 y 3 del art�culo 5 y del Anexo A 4) del Acuerdo
MSF. Observ� que uno de los principales argumentos que aduc�a el Canad� contra
el IRA de 1999 era que en �l no se evaluaba la probabilidad, porque el an�lisis
era cualitativo y las probabilidades no se expresaban en t�rminos cuantitativos,
sino supuestamente subjetivos, como "baja", "moderada", etc. El Acuerdo MSF no
exig�a una evaluaci�n cuantitativa. El hecho de que existieran otros an�lisis
del riesgo de las importaciones (evaluaci�n Vose sobre A. salmonicida y
R.
salmoninarum) no obligaba a Australia a hacer lo mismo para una evaluaci�n de
los mismos productos o de los otros en cuesti�n. Incluso en el caso de que fuera
posible una evaluaci�n cuantitativa, el Dr. Br�ckner se preguntaba si �sta con
el mismo fin y de la misma magnitud que el IRA de 1999 habr�a dado lugar a un
resultado diferente en relaci�n con la evaluaci�n de las probabilidades
identificadas en la pregunta. Observ� que no se hab�an presentado pruebas que
demostrasen lo contrario.
6.7 El Dr. Br�ckner observ� adem�s que el Canad� hab�a planteado algunas
preguntas acerca de la utilizaci�n de indicadores supuestamente subjetivos y
vagos ("bajo", "mediano", etc.). Sin embargo, no se hab�a propuesto una
terminolog�a alternativa para utilizarla en el marco de una evaluaci�n
cualitativa o para poder tener una indicaci�n expl�cita de la probabilidad de
que el riesgo no existiera. El uso de esos t�rminos deber�a evaluarse en el
marco del an�lisis del riesgo de las importaciones en general y respetando el
proceso y la metodolog�a utilizados para llegar a esas conclusiones. El uso de
esos t�rminos deber�a considerarse asimismo como una forma de expresar el
resultado de una evaluaci�n estructurada de varios factores, es decir, para
determinar si hab�a que estudiar o no la posibilidad de intervenciones de
gesti�n del riesgo. Observ� que en el IRA de 1997 de Nueva Zelandia las
conclusiones se expon�an tambi�n de una manera cualitativa semejante.
6.8 El Dr. Br�ckner estimaba que la cuesti�n fundamental era si el uso de esos
t�rminos cualitativos har�a que la evaluaci�n de la "likelihood", es decir, la
"probability" (probabilidad) de entrada, radicaci�n o propagaci�n de las
enfermedades en cuesti�n, seg�n las medidas sanitarias que pudieran aplicarse,
fuera imposible o cuestionable. Teniendo en cuenta el proceso y la metodolog�a
aplicados -especialmente en relaci�n con los factores de evaluaci�n y de gesti�n
del riesgo para las enfermedades en cuesti�n- consideraba que con el IRA de 1999
se hab�a podido evaluar la probabilidad de entrada, radicaci�n o propagaci�n de
enfermedades, as� como las posibles consecuencias, bas�ndose en las medidas que
pudieran aplicarse.
6.9 Con respecto a la probabilidad de entrada, el Dr. McVicar se�al� el hecho,
reconocido internacionalmente e introducido en la legislaci�n, de que la
eliminaci�n de las v�sceras del pescado reduc�a el riesgo de transmisi�n de
enfermedades. En el IRA de 1999 se identificaban los dos sectores principales en
los que persist�a el riesgo y que ten�an particular importancia, en primer lugar
que la sangre y los �rganos con sangre residual abundante eran un foco destacado
de enfermedades v�ricas y bacterianas importantes en los peces y, en segundo
lugar, que las v�sceras y otras partes no comestibles del pescado ten�an poco
valor y pod�an eliminarse por medios jur�dicamente inocuos o no inocuos. Se
abord� el riesgo asociado con ambos sectores y Australia estim� que la
concentraci�n de agentes infecciosos viables que probablemente quedaban en el
pescado eviscerado y en las partes que normalmente se extra�an y eliminaban
antes del consumo humano justificaba salvaguardias adicionales. El an�lisis
cualitativo del riesgo realizado era transparente en cuanto a los criterios
utilizados para establecer las enfermedades que eran motivo de preocupaci�n para
Australia y para identificar los sectores en los que se pod�an utilizar medidas
de gesti�n del riesgo para reducir la probabilidad de introducci�n del
microorganismo pat�geno. El an�lisis proporcionaba un argumento bien
fundamentado de por qu� las medidas propuestas difer�an de las previamente
aplicadas en el comercio internacional a productos semejantes.
6.10 En cuanto a la probabilidad de radicaci�n o propagaci�n, el Dr. McVicar
observ� que en el IRA se ten�a en cuenta la informaci�n publicada disponible
sobre los mecanismos de transmisi�n de las enfermedades de inter�s y se hac�a
una evaluaci�n v�lida de la probabilidad de radicaci�n o propagaci�n de cada una
de ellas en Australia.
6.11 En relaci�n con la evaluaci�n de la probabilidad de posibles consecuencias,
las enfermedades identificadas como preocupantes por Australia estaban todas
reconocidas internacionalmente como enfermedades graves de los salm�nidos, con
consecuencias biol�gicas y econ�micas importantes. No hab�a motivos para pensar
que si se radicasen en Australia las consecuencias en este pa�s no ser�an
semejantes en las especies susceptibles. Cuando no se dispon�a de informaci�n
previa, los posibles efectos en otras especies eran meramente especulativos.
6.12 Con respecto a la evaluaci�n de las probabilidades seg�n las medidas que
pudieran aplicarse, en el IRA de 1999 se reconoc�a que incluso en el producto
eviscerado que pudiera contener alguna infecci�n viable exist�a un nivel de
riesgo que estaba en relaci�n con la amplitud de las medidas de contenci�n que
pudieran aplicarse durante la elaboraci�n posterior en Australia y con la
proporci�n de las importaciones rechazadas y posteriormente eliminadas. El
riesgo se reduc�a progresivamente a medida que se elaboraba el producto y hab�a
menos materia potencialmente infecciosa que se descargaba con los efluentes o se
rechazaba. Australia consideraba que el riesgo residual que quedaba tras la
evisceraci�n y el lavado superaba su nivel adecuado de protecci�n y esta
preocupaci�n se hab�a abordado mediante la introducci�n de medidas para limitar
la cantidad de producto no preparado para el consumo que se importaba y, en caso
de elaboraci�n posterior, mediante el control de las instalaciones utilizadas
para ello.
6.13 La concentraci�n de agente infeccioso en el material de origen en el punto
de procedencia influ�a de manera decisiva en la concentraci�n del agente que las
medidas de reducci�n del riesgo trataban de controlar en diferentes etapas
mediante la cadena de acontecimientos que conduc�a al riesgo final asociado con
el producto de salm�nidos importado. Habida cuenta de que los niveles de
enfermedad de los peces, tanto en las poblaciones de criadero como en libertad,
estaban sujetos a fluctuaciones sustanciales, un elemento fundamental en la
reducci�n del riesgo de enfermedades de los peces era el mantenimiento regular
de buenos conocimientos acerca del nivel de enfermedades preocupantes en la
poblaci�n de peces de la que se obten�a el producto. S�lo se pod�an obtener
datos apropiados mediante un sistema satisfactorio de inspecci�n y seguimiento
peri�dicos, como exig�a Australia. Igualmente, el uso de procedimientos de
inspecci�n, que normalmente formaban parte de los mecanismos de garant�a de la
calidad en las f�bricas de elaboraci�n del pescado, para la identificaci�n de
peces cl�nicamente enfermos tendr�a un marcado efecto positivo en la reducci�n
del riesgo.
6.14 La Dra. Wooldridge observ� que la evaluaci�n del riesgo de cada una de las
enfermedades se hab�a de buscar por l�gica en el cap�tulo 4 del IRA de 1999,
titulado "Evaluaci�n del riesgo: Salm�nidos". El cap�tulo conten�a una secci�n,
la 4.2, titulada "Evaluaciones del riesgo para las enfermedades de alta
prioridad", cuyos apartados 4.2.1-4.2.5 estaban dedicados cada uno a una
enfermedad espec�fica. Esto se defin�a (secci�n 4.1.3) como una estimaci�n del
riesgo no sujeto a control; es decir, en la evaluaci�n que se expon�a en ese
punto no se hab�an tenido en cuenta medidas de salvaguardia. Adem�s, para cada
enfermedad se comparaba esta estimaci�n del riesgo no sujeto a control con el
nivel adecuado de protecci�n de Australia, lo cual autom�ticamente llevaba a una
decisi�n sobre si las medidas de gesti�n del riesgo estaban justificadas.
6.15 Con respecto a la evaluaci�n de la probabilidad de entrada, radicaci�n o
propagaci�n de enfermedades, para cada una de las enfermedades objeto de examen
hab�a una secci�n titulada Evaluaci�n de la aparici�n del riesgo y otra de
t�tulo Evaluaci�n de la exposici�n. Cada una de las secciones conten�a
informaci�n y luego una estimaci�n de la probabilidad de aparici�n en t�rminos
cualitativos, clasificada entre insignificante y alta (v�anse las definiciones
en la p�gina 17). Adem�s, estos resultados se resum�an en recuadros al final de
cada enfermedad, junto con un resumen de la Probabilidad de radicaci�n de la
enfermedad. Por consiguiente, en un examen preliminar parec�a que la
probabilidad de entrada, radicaci�n y propagaci�n se hab�a evaluado
cualitativamente.
6.16 Sin embargo, el hecho de que fuera as� o no depend�a en realidad de si la
informaci�n disponible se hab�a utilizado de manera adecuada, y esto depend�a su
vez de las cuestiones siguientes:
6.17 Si toda conclusi�n basada en la informaci�n primaria disponible era
razonable o no (de inter�s especialmente para la Evaluaci�n de la aparici�n del
riesgo y la Evaluaci�n de la exposici�n);
- si cualquier conclusi�n general basada en conclusiones secuenciales
establecidas previamente era o no una consecuencia l�gica de esa secuencia
(especialmente importante para la Probabilidad de radicaci�n de la enfermedad).
- si se hab�an tenido en cuenta todos los elementos adecuados de informaci�n
disponibles (particularmente importante aqu� para la Evaluaci�n de la exposici�n
y la Probabilidad de radicaci�n de la enfermedad); y
- si las definiciones de los t�rminos cualitativos eran razonables, y si dichos
t�rminos se utilizaban de forma razonable (la Dra. Wooldridge los abord� en su
respuesta a la pregunta 2).
6.18 Examinando en primer lugar las secciones de Evaluaci�n de la aparici�n del
riesgo, la Dra. Wooldridge indic� que, dada la informaci�n facilitada, las
conclusiones que se sacaban en relaci�n con la probabilidad de "Aparici�n del
riesgo" en general eran razonables. Sin embargo habr�a sido mucho m�s f�cil
comprobar esto con certeza si la informaci�n facilitada y las conclusiones
extra�das se hubiesen separado en secciones correspondientes a la probabilidad
de infecci�n de los peces y, en caso de infecci�n, los niveles probables de
titulaci�n por tejidos. La informaci�n presentada de esta forma mejorar�a al
m�ximo la transparencia de una evaluaci�n del riesgo. En ese momento los
argumentos se presentaban como una mezcla de estas dos cuestiones. Adem�s, la
Dra. Wooldridge expres� la opini�n de que algunos argumentos espec�ficos ten�an
muchas probabilidades de producir un sesgo que, dado el car�cter subjetivo de
las evaluaciones cualitativas del riesgo, podr�an dar lugar inadvertidamente a
conclusiones arriesgadas. En este sentido cit� el ejemplo siguiente:
Secci�n 4.2.1, VNHI
P�gina 101, Informaci�n facilitada: Conclusiones fundamentales, segundo p�rrafo
"En salm�nidos adultos eviscerados y aparentemente sanos, la titulaci�n del
virus, si hubiera alguno, ser�a muy baja (probablemente no detectable por
m�todos tradicionales)."
P�gina 106, recuadro 4.1, evaluaci�n del riesgo; evaluaci�n de la aparici�n del
riesgo.
"La probabilidad de que � (el virus de la necrosis hematopoy�tica infecciosa)
entre en Australia como consecuencia de la importaci�n sin restricciones de
salm�nidos eviscerados ser�a baja."
"Habida cuenta de que el virus de la necrosis hematopoy�tica infecciosa
fundamentalmente muestra signos cl�nicos en salm�nidos j�venes y hay una mayor
probabilidad de encontrar un t�tulo v�rico importante en salm�nidos j�venes y
salm�nidos sexualmente maduros, la probabilidad asociada con la importaci�n sin
restricciones de estas fases del ciclo vital ser�a moderada."
6.19 �Se deduc�a razonablemente la conclusi�n acerca del riesgo de toda la
informaci�n? Parec�a existir una diferencia en la probabilidad de encontrar el
virus en las diferentes etapas del ciclo vital de los salm�nidos. La
probabilidad general de aparici�n de riesgo se estimaba que era baja. La
probabilidad de aparici�n de riesgo para ciertos grupos se consideraba moderada.
Esto supon�a que hab�a grupos para los cuales la probabilidad de aparici�n del
riesgo era inferior a la baja (puesto que se supon�a que baja era un promedio de
todos los grupos). En la evaluaci�n de la aparici�n del riesgo no se mencionaban
los grupos cuya probabilidad de aparici�n del riesgo fuera inferior a la baja,
pero en las conclusiones fundamentales se hab�a identificado (al parecer) un
ejemplo de este grupo como de una titulaci�n "excepcionalmente baja" (es decir,
adultos). Si en la evaluaci�n de la aparici�n del riesgo se mencionaban
espec�ficamente los peces j�venes, la Dra. Wooldridge opinaba que ser�a l�gico
mencionar tambi�n este grupo de adultos en la evaluaci�n de la aparici�n del
riesgo, a fin de reducir espec�ficamente la probabilidad de sesgo en la
percepci�n. Dado el car�cter subjetivo inherente a las evaluaciones cualitativas
del riesgo, el sesgo en la percepci�n podr�a afectar muy bien a la evaluaci�n y
deb�a reducirse siempre que fuera posible. Esta dificultad para interpretar la
informaci�n a fin de garantizar conclusiones l�gicas ser�a mucho m�s evidente (y
al mismo tiempo reducida) si se separasen, como se propon�a m�s arriba, la
probabilidad de infecci�n y la titulaci�n probable del pat�geno en una infecci�n
determinada.
6.20 La Dra. Wooldridge manifest� la opini�n de que por sistema se hab�a omitido
alguna informaci�n en las secciones tituladas Evaluaci�n de la exposici�n para
cada una de las enfermedades examinadas. Para 13 de las 15 enfermedades objeto
de examen, se daba una evaluaci�n de la exposici�n (para las dos restantes no
era aplicable, puesto que el riesgo de enfermedad se consideraba
insignificante). Esta evaluaci�n comprend�a: siete enfermedades con la
clasificaci�n de muy baja; cinco de baja; y una como baja/extremadamente baja.
Estos resultados parec�an basarse solamente en la informaci�n que figuraba en
las secciones de las enfermedades espec�ficas.
6.21 Sin embargo, en la secci�n 1.7 se abordaba asimismo la Evaluaci�n de la
exposici�n en general y en la p�gina 34 en particular hab�a un diagrama de las
supuestas v�as de exposici�n, con lo que parec�a ser una indicaci�n de la
proporci�n del producto total importado que probablemente pasaba por cada una de
ellas, indicado mediante el grosor de la l�nea. Seg�n esto, parec�a que la
probabilidad de que el propio producto fuera a parar al medio acu�tico
posiblemente ser�a excepcional en la mayor�a de las v�as (cinco de siete). La
dos v�as restantes eran el sistema de alcantarillado dom�stico (descrito como
fuertemente diluido y que en s� no se consideraba una v�a muy probable) y el uso
como cebo que, a juzgar por el texto (por ejemplo la secci�n 1.2, p�gina 5), era
una ruta que se podr�a aplicar con mucha m�s probabilidad al grupo de peces
distintos de los salm�nidos que pod�an importarse a veces espec�ficamente como
cebo. Por consiguiente, se podr�a llegar a la conclusi�n aceptable de que la
ruta del cebo era excepcional para los salm�nidos destinados al consumo humano.
Adem�s, en la p�gina 35 del IRA de 1999 se describ�a la "probabilidad
extremadamente baja del producto importado siguiendo rutas raras o excepcionales
...".
6.22 La Dra. Wooldridge se�al� que, en su opini�n, en esta secci�n de
informaci�n y en las conclusiones derivadas de ella no parec�an haberse tenido
en cuenta las distintas evaluaciones de la exposici�n a enfermedades espec�ficas
de los salm�nidos. Esto, junto con un nuevo examen a fondo de la informaci�n
espec�fica de las enfermedades, pod�a llevar a la conclusi�n de que para cada
enfermedad la probabilidad global de exposici�n acu�tica al producto de los
salm�nidos era, como mucho, excepcionalmente baja.
6.23 Con respecto a las secciones tituladas Probabilidad de radicaci�n de las
enfermedades, examinando solamente las secciones relativas a las enfermedades
tal como estaban, cada una de ellas parec�a tener coherencia interna. Sin
embargo, si se tuviera en cuenta la informaci�n adicional relativa a la
evaluaci�n de la exposici�n, como se detallaba m�s arriba, consideraba que
entonces ser�a muy probable que se pudiera llegar a conclusiones diferentes,
siendo la probabilidad de radicaci�n m�s baja en todos los casos. En resumen,
por consiguiente, la Dra. Wooldridge indic� que, en general, se hab�a evaluado
la probabilidad de entrada de la enfermedad (pero con reservas, incluidas las
expuestas en su respuesta a la pregunta 2). Sin embargo, no cre�a que se hubiese
evaluado la probabilidad de radicaci�n o propagaci�n de la enfermedad.
6.24 En cuanto a la evaluaci�n de la probabilidad de posibles consecuencias, la
Dra. Wooldridge se�al� que hab�a una secci�n titulada Evaluaci�n de las
consecuencias y que se hab�a dado una estimaci�n de la probabilidad, en t�rminos
cualitativos, entre insignificante y catastr�fica (definiciones, p�gina 19).
Adem�s, estas conclusiones se hab�an resumido en recuadros al final de cada una
de las enfermedades. Por tanto, en un examen inicial parec�a que la probabilidad
de las consecuencias examinadas se hab�a evaluado cualitativamente. Adem�s, la
Dra. Wooldridge opinaba que, en general, en cada una de las secciones dedicadas
a las enfermedades los argumentos eran b�sicamente coherentes y se hab�an
evaluado las consecuencias de la enfermedad, en el caso de que se radicase en
Australia, con arreglo a las definiciones dadas (recuadro 1.6, p�gina 19). Sin
embargo, la utilizaci�n o no de esos t�rminos luego de manera l�gica para
comparar una enfermedad con otra y evaluar la necesidad de procedimientos de
gesti�n del riesgo era una cuesti�n separada que la Dra. Wooldridge abordaba en
su respuesta a la pregunta 2.
6.25 En relaci�n con la tercera parte de la pregunta, evaluaci�n de las
probabilidades seg�n las medidas, la Dra. Wooldridge observ� que era en el
cap�tulo 5, titulado "Gesti�n del riesgo: Salm�nidos", donde l�gicamente se
deber�a encontrar la evaluaci�n del efecto de las medidas de salvaguardia para
cada enfermedad. En la secci�n 5.2 del cap�tulo se describ�an las medidas de
salvaguardia disponibles y las secciones 5.3-5.6 se ocupaban de la aplicaci�n de
dichas medidas. El que una determinada enfermedad de un estrato particular de la
poblaci�n de peces requiriese o no medidas de salvaguardia depend�a de que se
ajustara o no al nivel adecuado de protecci�n de Australia. Si en la secci�n 4
se llegaba a la conclusi�n de que se alcanzaba el nivel adecuado de protecci�n
mediante la evaluaci�n del riesgo no sujeto a control, entonces no se
consideraba necesaria la adopci�n de medidas de gesti�n del riesgo. Si la
evaluaci�n del riesgo no sujeto a control superaba dicho nivel, entonces estaba
justificada la aplicaci�n de medidas de gesti�n del riesgo.
6.26 La Dra. Wooldridge indic� que hab�a dos cuestiones al respecto. La primera
se refer�a a la derivaci�n de los criterios del nivel adecuado de protecci�n,
que abordaba en su respuesta a la pregunta 2. La segunda era si la probabilidad
de entrada, radicaci�n o propagaci�n de la enfermedad se hab�a evaluado de
acuerdo con las medidas sanitarias que pudieran aplicarse. Para cada enfermedad
que no satisfac�a los criterios del nivel adecuado de protecci�n, se hab�an
identificado los factores de riesgo y se hab�a descrito una lista de posibles
medidas de gesti�n del riesgo. Adem�s, se indicaba el factor de riesgo concreto
que abordar�a cada medida. Sin embargo, la Dra. Wooldridge se�al� que no pod�a
encontrar indicaci�n alguna de que en realidad se hubiese evaluado
espec�ficamente la probabilidad de una medida determinada (o naturalmente de una
combinaci�n de ellas) con respecto a la probabilidad de mantener el riesgo
evaluado por debajo del nivel adecuado de protecci�n de Australia. Por
consiguiente, en su opini�n la probabilidad de entrada, radicaci�n o propagaci�n
no se hab�a evaluado con arreglo a las medidas sanitarias que pudieran
aplicarse.
Pregunta 2. �Considera que por alguna otra raz�n el Informe de 1999 no es una
evaluaci�n adecuada del riesgo? En caso afirmativo, �por qu�?
6.27 El Dr. Br�ckner record� su opini�n de que el Informe de 1999 se hab�a
realizado de conformidad con las directrices de la OIE para el an�lisis del
riesgo de las importaciones. Adem�s, el Informe de 1999 se ajustaba plenamente a
las disposiciones de los p�rrafos 1, 2 y 3 del art�culo 5 del Acuerdo MSF, sin
dificultar la aplicaci�n de otras disposiciones pertinentes del Acuerdo MSF. Por
tanto, consideraba que el Informe de 1999 pod�a considerarse como una evaluaci�n
adecuada del riesgo.
6.28 El Dr. McVicar indic� que el Informe de 1999 cumpl�a las prescripciones
expuestas por la OIE para una evaluaci�n cualitativa del riesgo mediante la
identificaci�n de los peligros motivo de preocupaci�n, la posibilidad de su
transferencia a Australia, las posibles consecuencias de la transferencia y las
medidas de gesti�n que pod�an adoptarse para reducir el riesgo a un nivel
aceptable. El principio b�sico de que el an�lisis cuantitativo del riesgo se
perfeccionase lo antes posible, mediante la acumulaci�n de datos num�ricos sobre
los sectores m�s importantes de riesgo, se ve�a en general gravemente limitado
en el caso de las enfermedades de los peces, debido a la falta de datos
adecuados en sectores fundamentales. Tanto en la evaluaci�n cuantitativa del
riesgo como en la cualitativa hab�a dificultades y diferencias de opini�n
inevitables a la hora de decidir exactamente lo que constitu�a un nivel
aceptable de riesgo. La ciencia no podr�a dar respuestas definitivas a este
problema esencialmente social o pol�tico.
6.29 La Dra. Wooldridge respondi� que el Informe de 1999 se hab�a preparado de
manera correcta y conten�a la informaci�n adecuada para poder describirlo como
un informe sobre el an�lisis del riesgo que conten�a una evaluaci�n del riesgo.
Sin embargo, la Dra. Wooldridge consideraba que la evaluaci�n del riesgo era
defectuosa y que, en consecuencia, no se pod�a considerar una evaluaci�n
adecuada del riesgo. Indic� que no se utilizaban m�todos apropiados para evaluar
adecuadamente los riesgos.
6.30 Con respecto a la terminolog�a, las expresiones utilizadas para describir
la probabilidad de aparici�n de un fen�meno (recuadro 1.4, p�gina 17) eran en s�
t�rminos cualitativos aceptables. Sin embargo, debido al car�cter
inevitablemente subjetivo de dichos t�rminos, la Dra. Wooldridge no cre�a que en
las evaluaciones cualitativas fuera posible clasificar f�cilmente las
probabilidades con distinciones tan precisas como "baja", "muy baja" y
"extremadamente baja", salvo para comparar aspectos de una enfermedad
espec�fica, por ejemplo cuando se hab�a introducido una medida de salvaguardia
que pudiera considerarse que reduc�a una probabilidad de "baja" a "muy baja".
Ciertamente no pensaba que se pudiera distinguir con esa exactitud cuando se
comparaban distintas enfermedades, a menos que se asignase a cada descripci�n
una serie de valores cuantitativos. En ese caso, para asignar correctamente la
calificaci�n cualitativa de acuerdo con la propia definici�n, SE DEBER�A haber
realizado una evaluaci�n cuantitativa con objeto de conocer en qu� serie de
valores num�ricos quedaba comprendida.
6.31 Al examinar las definiciones dadas para estos t�rminos, observ� que "baja"
se defin�a como poco probable, "muy baja" como rara y "extremadamente baja" como
muy rara. En su opini�n, esto era simplemente cambiar una serie de palabras
subjetivas por otra. Para intentar distinguir de manera tan precisa y tener la
certeza de que si la probabilidad asignada se aplicaba a una enfermedad
indicar�a exactamente el mismo nivel (o serie de niveles) de riesgo que si se
aplicaba a otra, deb�a realizarse una cuantificaci�n. Por consiguiente, dicho
uso de esos t�rminos cualitativos era enga�oso, porque interven�a un nivel de
precisi�n que no pod�a conseguirse por m�todos cualitativos.
6.32 Con respecto al uso de la matriz de evaluaci�n del riesgo y los criterios
relativos al nivel adecuado de protecci�n, en la formulaci�n de esta matriz,
parec�a asignarse un nivel semejante de precisi�n inalcanzable a la terminolog�a
de la evaluaci�n de las consecuencias. Esto, junto con la precisi�n
sobreentendida, pero inalcanzable, supuesta en la estimaci�n de la radicaci�n de
la enfermedad, se combinaba para elaborar una matriz que se utilizaba en las
decisiones de si cada riesgo no sujeto a control en cada una de las enfermedades
especificadas quedaba por encima o por debajo del nivel adecuado de protecci�n
de Australia. As� pues, la decisi�n sobre si se requer�an ulteriores medidas se
basaba en t�cnicas de distinci�n clasificadas con gran exactitud, pero
enormemente imprecisas y subjetivas. Un ligero cambio subjetivo en la
terminolog�a podr�a desplazar bastante f�cilmente por completo, sin pretenderlo,
una enfermedad espec�fica del "s�" al "no", y viceversa. Si bien podr�a
utilizarse razonablemente una matriz de este tipo como gu�a indicadora de cu�les
eran las enfermedades m�s preocupantes, la Dra. Wooldridge opinaba que esta
metodolog�a no era adecuada para el uso muy "preciso" que se le estaba dando y
que pod�a llevar a conclusiones arriesgadas. Una distinci�n tan precisa s�lo se
pod�a conseguir con m�todos cuantitativos.
6.33 En general, la Dra. Wooldridge se�al� que sus preocupaciones acerca de la
metodolog�a utilizada hasta ahora para evaluar los riesgos, y en particular la
esfera de la exposici�n, hab�an dado lugar a una falta de confianza en el nivel
final de riesgo asignado a la radicaci�n de la enfermedad. Esto, a su vez, le
creaba grandes dificultades a la hora de responder a varias de las preguntas
siguientes, que se basaban en los resultados de la evaluaci�n de esos riesgos,
en particular de las relativas a las medidas de gesti�n, por ejemplo las
preguntas 4, 9, 17 y 20. Al examinar ciertas partes de algunas de estas
preguntas, en primer lugar intentaba comparar secciones diferentes de los
diversos documentos relativos al an�lisis del riesgo, para ver si la necesidad
de aplicar medidas de salvaguardia y su nivel a un producto pesquero en una
situaci�n concreta se ajustaba al nivel estimado del riesgo cuando se comparaba
con las medidas de salvaguardia y los niveles estimados del riesgo para otro
producto en una situaci�n diferente. Sin embargo, las conclusiones de este tipo
se basaban en la hip�tesis de que los niveles estimados del riesgo era
fidedignos y, puesto que en su opini�n no lo eran, por ese camino no hab�a
llegado a ninguna conclusi�n �til.
Pregunta 3. Cuando se realiza un an�lisis cualitativo del riesgo, �habr�a que
tener en cuenta el volumen de productos importados y el per�odo de tiempo?
6.34 El Dr. Br�ckner respondi� que el historial anterior a la introducci�n de
una medida sanitaria o fitosanitaria (es decir, si se hab�an registrado
enfermedades o se hab�an introducido durante el per�odo de tiempo en ausencia de
una nueva medida propuesta), pod�a ser �til para establecer una valoraci�n
cualitativa de la probabilidad de introducci�n de una enfermedad con la
aplicaci�n de una nueva medida o sin ella. Sin embargo, el peso relativo
atribuido a la informaci�n hist�rica disponible con respecto a los vol�menes
importados durante un cierto per�odo de tiempo deber�a aplicarse con cautela. El
hecho de que no aparecieran enfermedades como consecuencia de las importaciones
no sujetas a control de salm�nidos no viables antes de 1975 era, por ejemplo, un
factor de peso relativamente importante en el Informe provisional de 1995 de
Australia; no se hab�a hecho lo mismo en el IRA de 1999. Esto pod�a atribuirse
al hecho de que el IRA de 1999 se hab�a realizado como un sistema m�s
estructurado de evaluaci�n basado en hechos cient�ficos para llegar a una
decisi�n sobre la viabilidad de aplicaci�n de procedimientos de gesti�n del
riesgo.
6.35 En el IRA de Nueva Zelandia de 1997, cuando los autores explicaban el valor
relativo de la evaluaci�n cualitativa, se se�alaba tambi�n con acierto que: "�
el riesgo no variar� de una tonelada a otra o de a�o a otro como consecuencia de
un resultado anterior, es decir, la no introducci�n de enfermedades durante la
importaci�n de 1.000 toneladas de producto no aumenta la probabilidad de
introducci�n en las siguientes 1.000 toneladas importadas".
6.36 El Dr. McVicar observ� que la evaluaci�n cualitativa del riesgo se basaba
fundamentalmente en experiencias anteriores y que la falta de episodios previos
llevaba a aumentar la impresi�n de que el riesgo era bajo. Sin embargo, la
consecuencia de un incidente que se produjese espec�ficamente como resultado de
una actividad cambiar�a de manera inmediata y completa la percepci�n del riesgo.
Por utilizar un ejemplo pr�ctico de su experiencia personal, como en el salm�n
criado en Escocia no se hab�a producido anemia infecciosa del salm�n (AIS)
durante m�s de 20 a�os de existencia, con los controles del comercio vigentes,
se consideraba que el riesgo de esta enfermedad hab�a sido bajo durante m�s de
10 a�os desde de su descubrimiento en Noruega. Esto ocurri� a pesar de la
proximidad entre los dos pa�ses. Sin embargo, la aparici�n de la enfermedad en
la regi�n oriental del Canad� en 1996-97, sin v�nculos de transferencia
aparentes, indicaba un riesgo mucho m�s elevado de un brote semejante en
Escocia. Igualmente, el primer brote de una enfermedad de peces en Australia
asociada con un producto importado elevar�a lo que se podr�a haber considerado
como riesgo bajo a una situaci�n de alto riesgo.
6.37 Con independencia del nivel de la enfermedad en el lugar de origen del
producto, cada importaci�n ser�a portadora del mismo nivel de riesgo de
presencia del agente pat�geno en ese momento, potencialmente con las mismas
consecuencias derivadas de su radicaci�n. Dado que el riesgo se repet�a en cada
ocasi�n como si el riesgo anterior no se hubiese producido, carec�a de
importancia la frecuencia y el per�odo de tiempo de la importaci�n de ese
producto. Aqu� se supon�a que el nivel de riesgo no cambiaba. Sin embargo, en
una importaci�n individual, el n�mero de peces tendr�a una relaci�n con el nivel
de riesgo, particularmente en el caso de una enfermedad presente en niveles
bajos. Un ejemplo de esto era la pr�ctica, durante la vigilancia de una
enfermedad, de utilizar una tabla de probabilidades para determinar el nivel de
confianza de la presencia o ausencia de la enfermedad. Por ejemplo, una muestra
de 150 peces de una poblaci�n de 100.000 o m�s dar�a una confianza del 95 por
ciento de que como m�nimo se detectar�a un pez infectado si el nivel de
prevalencia de la enfermedad fuese igual o superior al 2 por ciento. Para una
confianza del 95 por ciento de detectar un nivel de enfermedad del 5 por ciento
de la misma poblaci�n, habr�a que muestrear 60 peces. As� pues, en un producto
con un nivel de enfermedad del 10 por ciento, habr�a como m�nimo uno de cada 60
peces portador de la enfermedad, y para el 2 por ciento uno de cada 150.
6.38 En la ictiopatolog�a se utilizaba con frecuencia el concepto de dosis
infecciosa m�nima. �sta indicaba que si hab�a grandes amenazas aisladas o una
acumulaci�n de agentes infecciosos para alcanzar esos niveles "cr�ticos"
elevados de amenaza, un volumen de importaci�n frecuente o grande podr�a ser
importante en el inicio de la radicaci�n de la enfermedad en una poblaci�n
susceptible expuesta. Sin embargo, �ste era un concepto que no se entend�a bien,
incluso en condiciones experimentales, y el Dr. McVicar no conoc�a ning�n caso
de enfermedad de peces en el que esto se hubiera abordado o cuantificado de
manera adecuada en situaciones sobre el terreno.
6.39 Tom� nota asimismo de que la ausencia de incidentes de enfermedad
relacionados con un volumen frecuente de grandes importaciones de productos no
indicaba que este material no plantease riesgos. La ausencia de problemas de
enfermedad previamente asociados s�lo indicaba que la importaci�n ten�a un
riesgo bajo en relaci�n con los materiales espec�ficos y las condiciones en las
que se hab�a producido la importaci�n anteriormente (localidad, acceso a peces
susceptibles, etc.), no que la pr�ctica fuese segura en todas las condiciones.
Las conclusiones a las que se llegaba partiendo del hecho de que no se hab�an
registrado incidentes eran solamente v�lidas si se hab�a efectuado una
vigilancia adecuada para detectar cualquier problema que pudiera haberse
presentado. El Dr. McVicar se�al� tambi�n a la atenci�n su respuesta a la
pregunta 12.
6.40 La Dra. Wooldridge indic� que si una cantidad determinada (una unidad
especificada) de producto importado era portadora de un riesgo evaluado cierto,
una cantidad mayor de ese producto ser�a portadora de un riesgo total m�s
elevado. Este hecho se deb�a tener en cuenta, con independencia del tipo de
evaluaci�n del riesgo, como gu�a para la posible adopci�n de decisiones. Adem�s,
en caso de disponer de informaci�n sobre los vol�menes de importaci�n, ser�a una
buena medida pr�ctica y metodol�gica recopilarla junto con toda la dem�s
informaci�n pertinente.
6.41 En el caso de que el riesgo de importaci�n por unidad se hubiese evaluado
como insignificante (utilizando la definici�n "probabilidad de que se produzca
el hecho es tan peque�a que en la pr�ctica puede prescindirse de ella"; recuadro
1.4, p�gina 17), se aproximar�a entonces a cero (naturalmente, no era en
realidad cero), y cualquiera de sus m�ltiplos podr�a razonablemente considerarse
tambi�n pr�ximo cero. Por consiguiente, ser�a l�gico argumentar que no hab�a
necesidad de examinar per�odos de tiempo o vol�menes. En cambio, habiendo
evaluado el riesgo de importaci�n por unidad como alto, o probablemente incluso
moderado, con toda probabilidad no se plantear�a la importaci�n del producto tal
cual, por lo que en ese punto el examen de los per�odos de tiempo o los
vol�menes carecer�a de importancia. El problema de los m�ltiplos de una cantidad
determinada era probable que se produjese s�lo cuando el riesgo se evaluara como
de moderado a insignificante (con medidas de salvaguardia o sin ellas) por
unidad, cuando la cantidad anual pod�a te�ricamente alterar el riesgo, pasando
de un nivel que un pa�s concreto estaba dispuesto a aceptar a otro inaceptable
para �l.
6.42 Sin embargo, en general una evaluaci�n cualitativa del riesgo no se
realizaba con la clase de precisi�n necesaria para evaluar el riesgo por
unidades en cualquier situaci�n distinta de la de riesgo insignificante, y si se
exigiera una estimaci�n del riesgo por unidad normalmente ser�a necesario
realizar una evaluaci�n cuantitativa del riesgo. En resumen, el examen de los
vol�menes y los per�odos en tiempo se deber�a tener en cuenta en la evaluaci�n
cualitativa, pero su importancia depend�a de la situaci�n.
Pregunta 4. �Se mencionaba alguna nueva prueba cient�fica en el Informe de 1999
distinta de la utilizada en el Informe provisional de 1995? En caso afirmativo,
�era de tal importancia que exigiera medidas de cuarentena distintas de las
propuestas en el Informe de 1995?
6.43 El Dr. Br�ckner respondi� que el enfoque y la presentaci�n de la
informaci�n cient�fica en el Informe de 1999 ten�an diferencias sustanciales con
respecto a los del Informe provisional de 1995. La informaci�n sobre algunas de
las enfermedades que se presentaba en el Informe provisional de 1995 era
esencialmente la misma. Sin embargo, el �mbito se hab�a ampliado para incorporar
tambi�n peces marinos distintos de los salm�nidos. La evaluaci�n de los datos
cient�ficos se hab�a estructurado tambi�n para distinguir claramente entre los
factores de evaluaci�n y su relaci�n racional con los factores de gesti�n del
riesgo. Se pod�a aceptar razonablemente que la diferente presentaci�n de los
datos cient�ficos merec�a una nueva evaluaci�n de las medidas de cuarentena para
evaluar su justificaci�n en virtud del p�rrafo 2 del art�culo 2 del Acuerdo MSF.
A tenor de lo expuesto, las distintas medidas de cuarentena propuestas eran
justificables desde el punto de vista cient�fico.
6.44 El Dr. McVicar indic� que el Informe de 1999 conten�a mucha informaci�n
nueva, poniendo de manifiesto el hecho de que la investigaci�n sobre la
ictiopatolog�a era muy activa y continuamente se dispon�a de nuevos datos. Hab�a
aconsejado anteriormente (a Nueva Zelandia) que la Evaluaci�n del riesgo de las
importaciones en relaci�n con las enfermedades de los peces fuera un proceso
din�mico continuo por lo que era acertado que Australia aprovechase el amplio
volumen de nueva informaci�n cient�fica pertinente que se hab�a adquirido
durante los �ltimos a�os. Por ejemplo, en el IRA de 1995 no se reconoc�a
enfermedad alguna en aguas canadienses o escocesas, y esto se abordaba de manera
adecuada en el IRA de 1999.
6.45 La Dra. Wooldridge se�al� que la fecha de algunas referencias era posterior
a 1995, por lo tanto se refer�a a informaci�n cient�fica adicional, pero no se
hab�a demostrado que fuera de tal importancia que justificara medidas de
cuarentena diferentes. Sin embargo, en su opini�n esto no se podr�a demostrar en
ninguna circunstancia hasta que se abordasen los defectos que hab�a identificado
en la evaluaci�n b�sica del riesgo.
Pregunta 5. �Est� justificada la cr�tica que figura en la primera comunicaci�n
del Canad�, p�rrafos 49-68, de que "la evaluaci�n de Australia de la
probabilidad es muy subjetiva" (p�rrafo 52), en particular cuando se aplican los
t�rminos "baja", "moderada", ... a las probabilidades de un hecho (cr�ticas de
los p�rrafos 49-61); la asignaci�n de probabilidades relativas a distintos
agentes pat�genos (cr�tica de los p�rrafos 62-66); y las consecuencias de la
radicaci�n de la enfermedad (cr�tica del p�rrafo 67)? Se ruega que eval�en las
discrepancias espec�ficas planteadas por el Canad�, pero teniendo en cuenta el
informe en general.
6.46 El Dr. Br�ckner observ� que la cr�tica del Canad� se refer�a b�sicamente al
valor relativo asignado a las conclusiones y a las expresiones de probabilidad
utilizadas en las evaluaciones cualitativas del riesgo en comparaci�n con las
cuantitativas. Si bien se citaban ejemplos espec�ficos relativos a determinadas
enfermedades para ilustrar la supuesta inaceptabilidad de los t�rminos "baja",
"moderada", su uso deb�a juzgarse asimismo en relaci�n con el informe en
conjunto y con el hecho de que el Informe no deb�a analizarse como una
evaluaci�n cuantitativa del riesgo. Los ejemplos espec�ficos citados para la A.
salmonicida, el virus de la necrosis pancre�tica infecciosa, el virus de la
anemia infecciosa del salm�n, el Vibrio anguillarum, se utilizaban para ilustrar
el mismo argumento. El Dr. Br�ckner estaba de acuerdo en que uno de los peligros
de una evaluaci�n cualitativa del riesgo era la posibilidad de que la manera en
la cual se expresaba sem�nticamente el resultado de una evaluaci�n pod�a estar
sujeta a diferencias de opini�n en funci�n de la percepci�n y la opini�n del
evaluador cient�fico. Se�al� asimismo a la atenci�n su respuesta a la pregunta
1.
6.47 El Dr. McVicar respondi� que, debido a la falta de datos apropiados
disponibles, tanto en el an�lisis del riesgo de Nueva Zelandia sobre Aeromonas
salmonicida como en el Informe Vose, hab�a sido necesario recurrir a numerosas
hip�tesis generales sobre los aspectos biol�gicos de la enfermedad y sobre su
transmisi�n. Algunas de �stas eran muy subjetivas en sectores cr�ticos y estaban
abiertas a la pol�mica. Cuando se hab�an realizado estudios a fondo sobre
enfermedades de los peces, se hab�a demostrado que hab�a un elevado n�mero de
factores determinantes interactivos que pod�an influir en la transmisi�n de la
infecci�n y contribuir a las variaciones posteriores en el nivel y los efectos
de la enfermedad en los peces. Para las enfermedades que se consideraban de
posible importancia para Australia, en general se dispon�a de informaci�n
insuficiente para realizar esos an�lisis detallados y era conveniente que
Australia eligiese un m�todo cualitativo.
6.48 En cualquier an�lisis del riesgo (ya sea cuantitativo o cualitativo)
exist�a la probabilidad de una diferencia de opini�n sobre lo que era un nivel
aceptable del riesgo y lo que era inaceptable, con defensores de una atenuaci�n
que deseaban niveles m�s altos que los que ped�an un planteamiento m�s
precautorio. La relativa subjetividad de las dos posiciones era inc�moda para la
ciencia.
6.49 Con respecto a Aeromonas salmonicida, el riesgo principal de importaci�n de
este agente no era la forunculosis (que, como se hab�a indicado, deber�a
eliminarse mediante la inspecci�n), sino la presencia de la infecci�n en tejidos
de peces infectados de manera no visible. En esta enfermedad, era frecuente que
los peces tuvieran una infecci�n aguda e incluso muriesen sin mostrar signos
cl�nicos de la enfermedad y que los peces capturados de esas poblaciones con una
infecci�n bastante intensa probablemente pasaran inadvertidos durante la
inspecci�n. En tales especies cab�a esperar una elevada concentraci�n de
bacterias en la sangre y los tejidos, que se mantendr�a tras la evisceraci�n y
el lavado. Por consiguiente, estaba justificado el nivel de evaluaci�n del
riesgo de entrada como "moderado", teniendo en cuenta el nivel de riesgo de
radicaci�n a trav�s de rutas potenciales, como hab�an convenido ambos pa�ses.
6.50 Con respecto a las probabilidades relativas asignadas al virus de la
necrosis pancre�tica infecciosa y al de la anemia infecciosa del salm�n, parec�a
que hab�a una serie de niveles de riesgo posibles dentro de una categor�a y que
podr�an contribuir varios factores diferentes a que una enfermedad se asignase a
una determinada categor�a. Por ejemplo, se sab�a que la AIS se transmit�a m�s
f�cilmente que el VNPI en una estructura horizontal, equilibrando su gama m�s
limitada de portadores conocidos. Habr�a que se�alar que exist�an informes en la
bibliograf�a cient�fica de que la AIS afectaba tambi�n a la trucha arco iris
(Onchorhynchus mykiss) y la trucha de mar (Salmo trutta). Recientemente tambi�n
se hab�a publicado una noticia de prensa del Ejecutivo Escoc�s de que el virus
de la AIS se hab�a encontrado asimismo en la anguila, Anguilla anguilla. El VNPI
ten�a tambi�n mayor estabilidad que el virus de la AIS en el medio ambiente.
6.51 El VERV podr�a tener en Australia un tratamiento distinto del de otras
enfermedades v�ricas importantes (enumeradas por la OIE), porque este virus se
encontraba ya presente en Australia, las distintas cepas ten�an gamas de
portadores diferentes y el virus estaba normalmente asociado con peces j�venes
que no se importar�an. El Dr. McVicar no estaba de acuerdo con la afirmaci�n de
la primera comunicaci�n del Canad� (p�rrafo 65) de que A. salmonicida y
R.
salmoninarum raramente se notificaban en peces de m�s edad. No era �sta su
experiencia personal, de manera que consideraba v�lida esa discrepancia
se�alada.
6.52 El convencimiento del Canad� de que Australia exageraba el da�o potencial
que podr�a sufrir su imagen de libre de enfermedades y residuos qu�micos como
consecuencia de la introducci�n de A. salmonicida ten�a cierto fundamento. A
menos que los peces se criasen en condiciones semejantes a las de cuarentena,
era inevitable que se produjeran enfermedades locales, algunas de las cuales
requer�an tratamiento. Australia no era una excepci�n y continuar�a as�.
6.53 La Dra. Wooldridge indic� que hab�a contestado a esta pregunta en su
respuesta a las preguntas 1 y 2. En su opini�n, las cr�ticas del Canad�
descritas en esta pregunta estaban justificadas en cualquier circunstancia
bas�ndose en razones metodol�gicas. Adem�s, no entend�a por qu� no se hab�a
intentado realizar una evaluaci�n cuantitativa (primera comunicaci�n del Canad�,
p�rrafo 49) puesto que, si bien el Acuerdo MSF no lo exig�a espec�ficamente,
habr�a simplificado y aclarado las cuestiones.
Pregunta 6. �Est� justificada la cr�tica del Canad� de que en el Informe de 1999
no se eval�a de forma sustancial la eficacia relativa de las medidas de
reducci�n del riesgo en la disminuci�n del riesgo general de enfermedades en
relaci�n con las importaciones de salm�n canadiense (primera comunicaci�n,
p�rrafos 69-79)? Se ruega que analicen las discrepancias espec�ficas planteadas
por el Canad�, pero teniendo en cuenta el informe en general.
6.54 El Dr. Br�ckner indic� que las medidas de reducci�n del riesgo (medidas de
gesti�n del riesgo) expuestas por Australia eran una serie de medidas
compatibles con el nivel adecuado de protecci�n establecido por Australia en el
ejercicio de su derecho soberano para hacerlo. Se hab�a hecho esto para acomodar
una combinaci�n de medidas que permitiesen una serie de prescripciones para las
importaciones de salm�n. La alternativa ser�a tener varias series de
prescripciones que habr�an de aplicarse caso por caso en funci�n de la presencia
o ausencia de la enfermedad en el pa�s exportador interesado. Su opini�n era que
las medidas formuladas no impon�an una restricci�n injustificada del comercio de
los productos en cuesti�n, con la excepci�n de las prescripciones relativas a
los productos "preparados" y "no preparados para el consumo". Sus opiniones en
este sentido figuraban en la respuesta a la pregunta 7 infra, en relaci�n con la
prescripci�n para los productos de pescado con piel.
6.55 El Dr. Br�ckner estaba de acuerdo con la afirmaci�n del p�rrafo 72 de la
comunicaci�n canadiense de que la introducci�n de una o dos medidas adicionales
de atenuaci�n del riesgo en relaci�n con el que representaba una enfermedad
espec�fica (es decir, la presencia de la enfermedad s�lo en los peces j�venes y
en los adultos no reproductores), podr�a tener un resultado diferente en cuanto
a las medidas generales de reducci�n del riesgo relativas a una enfermedad
espec�fica. Sin embargo, se restringir�a la finalidad y el valor cient�fico del
IRA de 1999 si la evaluaci�n del riesgo de enfermedades espec�ficas se
concentrase solamente en grupos de cierta edad dentro de una especie (por
ejemplo, solamente adultos) y se omitiera el riesgo que representaban otros
grupos de edad no examinados. En las condiciones de importaci�n expuestas en el
AQPM 1999/51, las ocho medidas primarias de reducci�n del riesgo reflejaban el
resultado de una evaluaci�n total. Este enfoque incorporaba los riesgos comunes
e individuales de las enfermedades en cuesti�n y no s�lo de una enfermedad en
particular (es decir, la prescripci�n 3 con respecto a la exclusi�n de los peces
j�venes y reproductores). El resultado final era el establecimiento de
prescripciones por encima de la norma internacional aceptable (evisceraci�n)
s�lo cuando estuviera cient�ficamente justificado por el IRA de 1999. Este
m�todo de establecer una combinaci�n de prescripciones de importaci�n comunes
para varias enfermedades no era una pr�ctica ins�lita en relaci�n con otros
productos alimenticios de origen animal.
6.56 El Dr. McVicar respondi� que hab�a algunos casos de brotes de enfermedades
que se estaban produciendo como consecuencia de los desplazamientos de pescado
elaborado para el consumo humano, siendo el ejemplo m�s citado en los peces la
enfermedad del v�rtigo (Myxobolus cerebralis), que probablemente se hab�a
propagado a trav�s del pescado y los productos pesqueros congelados. Australia
indicaba opciones pr�cticas disponibles para la reducci�n del riesgo asociado
con los productos de los salm�nidos. S�lo se dispon�a de datos cuantificados de
inter�s limitados sobre la reducci�n del nivel de pat�genos presentes en el
producto tras su preparaci�n para el consumo, confirmando la deducci�n l�gica de
que la eliminaci�n de las partes no comestibles o de bajo valor reducir�a (pero
no eliminar�a) el riesgo de que ese material entrara en contacto con aguas que
contuvieran peces susceptibles. A partir de esa base, Australia emit�a un juicio
sobre su probable eficacia en la reducci�n de ese riesgo que era tanto
transparente como l�gico.
6.57 Con respecto a las discrepancias planteadas por el Canad�, el Dr. McVicar
record� sus observaciones sobre la aparici�n de forunculosis y renibacteriosis
en el salm�n de tama�o comercial (respuesta a la pregunta 5) e indic� que con
frecuencia se notificaba que los peces reproductores con necrosis hematopoy�tica
infecciosa representaban una fuente importante de infecci�n para la siguiente
generaci�n. En todas las enfermedades infecciosas de los salm�nidos hab�a una
estrecha relaci�n entre la gravedad de una enfermedad y el estr�s en sentido
general y era probable que una enfermedad persistente en una poblaci�n desde la
edad joven hasta la adulta pudiera brotar en los peces sexualmente maduros en
condiciones adversas para el portador. Era demasiado simplista generalizar
diciendo que las enfermedades pod�an predominar m�s en los peces j�venes o en
los sexualmente maduros, como indicando que eran los �nicos sectores de riesgo,
aunque para muchas enfermedades no representasen el per�odo de riesgo m�ximo.
6.58 La Dra. Wooldridge se�al� su respuesta a la pregunta 1, parte c). En su
opini�n, la cr�tica del Canad� estaba justificada.
Pregunta 7. �Qu� riesgo se evita mediante la eliminaci�n de la piel del salm�n
canadiense? �Qu� riesgos se evitan mediante la prescripci�n de que el peso del
producto con piel sea inferior a 450 g? �Ser�a mayor el riesgo relativo a las
importaciones de salm�n canadiense sin esas prescripciones? En caso afirmativo,
�ser�a ese aumento del riesgo de tal magnitud que superase el nivel aceptable
del riesgo de Australia, es decir, "un nivel de protecci�n alto o muy
conservador encaminado a reducir el riesgo hasta llegar a niveles muy bajos, si
bien no est� basado en el enfoque de riesgo cero" (primera comunicaci�n de
Australia, p�rrafo 147)?
6.59 El Dr. Br�ckner se�al� que no pod�a encontrar en el IRA de 1999 ninguna
justificaci�n cient�fica racional para las prescripciones espec�ficas relativas
a los productos "preparados para el consumo" (es decir, con piel para menos de
450 g y sin piel para m�s de 450 g). La �nica referencia que se hac�a con
respecto a esta prescripci�n (comunicaci�n de Australia, p�rrafos 66-67) no era
una opini�n cient�fica convincente. Se mencionaban preferencias comerciales de
productos espec�ficos (prueba documental H). Sin embargo, las preferencias
comerciales no deb�an ocultar el juicio cient�fico sobre el riesgo.
6.60 Tampoco era claro el motivo por el cual los productos con m�s de 450 g se
deb�an someter a una elaboraci�n previa a la comercializaci�n en instalaciones
dentro de Australia. No se aduc�a ninguna raz�n de por qu� no pod�a realizarse
en instalaciones del pa�s de origen aprobadas por el AQIS. Tanto las
prescripciones para los productos "preparados para el consumo" como para los de
otro tipo podr�an interpretarse como medidas restrictivas del comercio, en el
sentido de los p�rrafos 2 y 3 (segunda frase) del art�culo 2 y el p�rrafo 6 del
art�culo 5 del Acuerdo MSF.
6.61 El Dr. McVicar respondi� que, con respecto a la piel, deber�an analizarse
dos cuestiones. La primera era si la piel del pescado conten�a una infecci�n en
concentraciones suficientes para crear un riesgo de transmisi�n de los agentes
pat�genos. La informaci�n reciente sobre la presencia de agentes pat�genos como
Aeromonas salmonicida y el virus de la anemia infecciosa del salm�n pon�a de
manifiesto que los niveles de infecci�n eran altos en la superficie de la piel y
las branquias de los peces vivos y que, para el virus de la AIS, la sangre, la
mucosidad y los fluidos corporales adheridos a la superficie eran portadores
importantes de la infecci�n (por ejemplo, en el equipo contaminado) capaces de
transmitir esa enfermedad. El lavado del pescado eviscerado era un requisito
para reducir los niveles de infecci�n en la superficie del producto, y sin duda
as� se eliminar�a una gran parte de la mucosidad con una infecci�n asociada. Sin
embargo, no se hab�a cuantificado en qu� medida se lograba esa reducci�n en las
condiciones normales de una f�brica. Puesto que la piel de los salm�nidos no era
un �rgano con sangre abundante y sus verdaderos tejidos no se identificaban como
lugares importantes de infecci�n en el caso de las enfermedades motivo de
preocupaci�n para Australia, era poco probable que la piel o las superficies
cut�neas lavadas de los salm�nidos fueran zonas importantes de riesgo de
infecci�n en el pescado eviscerado.
6.62 La segunda cuesti�n que hab�a que examinar era el riesgo de que la piel con
una infecci�n viable se pusiera en contacto con un pez susceptible. La piel era
un componente de los desechos de escaso valor que podr�a eliminarse de forma no
controlada con el riesgo de transferir al medio ambiente cualquier agente
infeccioso asociado que tuviera. La eliminaci�n de la piel en los productos no
preparados para el consumo antes de su entrada en Australia eliminar�a sin duda
este riesgo concreto.
6.63 Con respecto a los productos con piel de peso menor de 450 g, el Dr.
McVicar se�al� que los productos con menos de 450 g de peso pod�an considerarse
de raci�n y en una forma que era aceptable para la cocci�n directa sin ulterior
elaboraci�n. El riesgo asociado con las partes de escaso valor del producto que
se desechaban se reduc�a de nuevo, por consiguiente, al exigir que el salm�n
importado estuviera preparado para el consumo.
6.64 En su opini�n, teniendo en cuenta los conocimientos actuales acerca de las
enfermedades motivo de preocupaci�n para Australia, era poco probable que la
eliminaci�n de la piel del salm�n canadiense contribuyera de manera importante a
la reducci�n del riesgo.
6.65 La Dra. Wooldridge indic� que no se consideraba competente para responder
si un agente pat�geno determinado ten�a muchas probabilidades de estar
localizado en la piel ni si era probable encontrar alguno de dichos agentes (en
caso de que existieran) en el salm�n canadiense. Sin embargo, si el agente no
estaba localizado en la piel, opinaba que la eliminaci�n de la piel no afectaba
al riesgo de manera apreciable. En ese caso, la eliminaci�n de la piel antes de
la entrada en Australia, siempre que la piel no entrase tambi�n en Australia,
reducir�a el riesgo de entrada del microorganismo pat�geno en ese pa�s. Sin
embargo, si la piel se eliminaba en Australia, el riesgo total ser�a el mismo
que si no se hubiera eliminado, a menos que al mismo tiempo se adoptasen medidas
de salvaguardia adicionales relativas a la eliminaci�n de la piel que redujesen
el riesgo de exposici�n acu�tica derivada de ella. Esto solamente ser�a
necesario si el riesgo total fuera inaceptable.
6.66 Si el agente pat�geno estaba localizado en la piel, era de suponer que se
encontrar�a tambi�n en la piel de los productos con ella de peso inferior a 450
g, que podr�a proceder de las mismas fuentes. Por consiguiente, examinando
simplemente la capacidad de aparici�n del riesgo a partir del producto, la
prescripci�n orientada a asegurar un peso inferior a 450 g no influir�a en dicho
riesgo.
6.67 Sin embargo, el argumento de Australia (Informe de 1999, 5.2.2., p�gina
199) parec�a estar basado en las rutas de exposici�n y en hip�tesis relativas a
las pautas de comportamiento humano, es decir, que los consumidores que hubieran
comprado productos de salm�n clasificados como de consumo humano era m�s
probable que lo utilizasen como alimento de peces o cebo si tuvieran la piel y
pesaran m�s de 450 g. Dada la disponibilidad de productos (al parecer) m�s
econ�micos con esos fines, parec�a poco probable que esa fuera una situaci�n
normal, pero un psic�logo o un experto en econom�a dom�stica podr�a ser m�s
id�neo para estimar esta probabilidad. Probablemente habr�a un efecto
diferencial en funci�n de la diferencia de precio entre los productos. En
cualquier caso, parec�a poco probable que este uso constituyera una gran
proporci�n del volumen total del pescado importado que se vend�a para consumo
humano.
6.68 El elemento importante desde un punto de vista metodol�gico era que la
aparici�n del riesgo y las v�as de exposici�n se hab�an examinado ya (sobre la
base de las importaciones totales) en la parte de evaluaci�n del riesgo del
informe. La exposici�n se hab�a evaluado (como m�ximo) como baja (y la Dra.
Wooldridge hab�a explicado ya por qu� consideraba que probablemente deber�a ser
incluso m�s baja). A la vista de lo que parec�an ser las cantidades probables (y
su potencial probable de creaci�n de riesgo) que se eliminar�an por la v�a
espec�fica de exposici�n se�alada m�s arriba, en su opini�n parec�a muy poco
probable que la concentraci�n total de pat�genos en una zona determinada variase
de manera significativa con respecto a la evaluaci�n de referencia. Una
evaluaci�n cuantitativa adecuada contribuir�a enormemente a aclarar esta
cuesti�n.
Pregunta 8. Se ruega que expongan sus opiniones sobre la afirmaci�n de Noruega
(en su comunicaci�n en calidad de tercera parte, p�rrafo 21) de que "resulta
dif�cil advertir de qu� modo puede tener una relaci�n pertinente con el riesgo
la prescripci�n de que el pescado y los filetes sean de 'no m�s de 450 g' y 'de
raci�n', y considera que Australia no ha dado ninguna explicaci�n racional de
ello en el IRA de 1999". V�ase tambi�n la comunicaci�n de las CE como tercera
parte, p�rrafo 11.
6.69 El Dr. Br�ckner respondi� que respaldaba plenamente las opiniones
expresadas tanto por Noruega como por las CE, como hab�a expuesto en su
respuesta a la pregunta 7.
6.70 El Dr. McVicar respondi� que el punto l�mite de 450 g no reflejaba ninguna
diferencia conocida importante en la pauta de infecci�n de los salm�nidos. Como
hab�a indicado en la respuesta a la pregunta 7, una posible raz�n era que 450 g
se consideraba el tama�o m�ximo de una raci�n individual, por encima del cual
era probable que aumentase la elaboraci�n ulterior, con los riesgos asociados
derivados de la eliminaci�n de efluentes y desechos no deseados.
6.71 La Dra. Wooldridge record� tambi�n su respuesta a la pregunta 7. Pod�a
haber una posible justificaci�n te�rica altamente improbable, pero su necesidad
en la pr�ctica segu�a totalmente sin demostrar.
Pregunta 9. Se ruega que expongan sus opiniones sobre la afirmaci�n de Australia
de que "el proceso de evaluaci�n del riesgo basado en las enfermedades destru�a
de una vez por todas las hip�tesis de que s�lo es posible gestionar el riesgo en
consonancia con el nivel adecuado de protecci�n mediante la aplicaci�n de las
mismas medidas a todos los productos. El IRA ha demostrado que una comparaci�n
de los riesgos entre productos diferentes tomando como base la aplicaci�n de
medidas para enfermedades en com�n es totalmente anticient�fica ..." (p�rrafo 12
de su primera comunicaci�n) y que "las generalizaciones acerca de la eficacia
relativa de los controles sobre el desplazamiento interno del pescado y los
productos pesqueros como parte de la gesti�n del riesgo, as� como de las
consecuencias econ�micas, tienen una carencia de rigor cient�fico alarmante"
(p�rrafo 71). Se ruega que hagan lo mismo con respecto a los tres puntos
planteados en el p�rrafo 124 de la comunicaci�n de Australia.
6.72 El Dr. Br�ckner indic� que el p�rrafo 3 del art�culo 3 y los p�rrafos 3, 4
y 6 del art�culo 5 del Acuerdo MSF ten�an una relaci�n especial con las
afirmaciones de Australia. El esp�ritu general de todos esos art�culos
pertinentes del Acuerdo era que no se deb�a utilizar un nivel adecuado de
protecci�n como medida de restricci�n del comercio, su coherencia y la necesidad
de aplicarlo solamente cuando se tratase de la protecci�n de la vida o la salud
de los animales, el ser humano y las plantas. El p�rrafo 5 del art�culo 5 se
refer�a al nivel adecuado de protecci�n en distintas situaciones, lo cual podr�a
asimismo interpretarse como "para distintos productos". La cuesti�n era si se
podr�a conseguir un nivel adecuado de protecci�n mejor o de la misma manera si
las medidas no se generalizaban y se aplicaban de forma diferente a distintos
productos. La afirmaci�n de Australia del p�rrafo 12 aparentemente advert�a en
contra de la generalizaci�n de las medidas y formaba el n�cleo central de su
argumentaci�n para aplicar un proceso de evaluaci�n y gesti�n del riesgo basado
en la enfermedad (p�rrafo 10). El argumento cient�fico era que las enfermedades
se manifestaban de manera diferente en las distintas especies y en relaci�n con
los productos de dichas especies. Se afirmaba que hab�a que tener en cuenta esta
diferencia a la hora de establecer medidas de gesti�n del riesgo. En ninguno de
los art�culos mencionados del Acuerdo se establec�a que deb�a haber una
conformidad "general" de las medidas para ajustarse a un nivel adecuado de
protecci�n. El proceso que se aplicaba en el IRA de 1999 respaldaba tambi�n la
opini�n de Australia, aunque se podr�a aducir que ese criterio ten�a ventajas e
inconvenientes, en particular si una medida se evaluaba a la luz de las posibles
restricciones sobre el comercio que dicha medida podr�a imponer. El enfoque de
Australia no parec�a ser incompatible con el Acuerdo, por lo que no era posible
oponerse a �l.
6.73 Las afirmaciones de Australia contenidas en el p�rrafo 71 se sosten�an en
el sentido de que aparentemente no se opon�an a la necesidad de poner las normas
nacionales en conformidad con las internacionales, pero a�ad�an alguna
perspectiva sobre el fundamento del control interno en circunstancias
espec�ficas. Basaban su argumentaci�n en la evaluaci�n total del riesgo, es
decir, el riesgo que planteaban las importaciones en relaci�n con la situaci�n y
los controles nacionales. Pod�a aceptarse el hecho de que si en el pa�s se
produc�a una enfermedad de manera localizada (es decir, no end�mica), pero a�n
as� planteaba un riesgo de enfermedad y econ�mico, se aplicasen medidas de
atenuaci�n del riesgo iguales o no discriminatorias. Sin embargo, el mero hecho
de la presencia de una enfermedad dentro del territorio nacional sin tener en
cuenta la viabilidad de las medidas de atenuaci�n del riesgo en relaci�n con la
epidemiolog�a de la enfermedad pod�a considerarse que no era cient�fica.
6.74 Con respecto al primer punto del p�rrafo 124, el IRA de 1999 respaldaba esa
hip�tesis. La impresi�n general ser�a que el pescado para cebo y los peces vivos
plantear�an un riesgo m�s alto, pero esto deber�a evaluarse frente a los
factores relativos a la aparici�n del riesgo y las consecuencias para las
enfermedades pertinentes y en relaci�n con el producto en cuesti�n e
interpretarse sobre una base cient�fica y no desde una perspectiva generalizada
subjetiva (es decir, "ser�a siempre m�s alto").
6.75 Con respecto al segundo punto del p�rrafo 124, el Dr. Br�ckner indic� que
en el Acuerdo MSF no se exig�a expl�citamente el establecimiento de un nivel
adecuado de protecci�n y podr�a decirse que dicho nivel se pod�a deducir de las
medidas aplicadas. Sin embargo, esto no implicaba que la medida determinase el
nivel adecuado de protecci�n. En la pr�ctica normal de establecimiento de un
nivel adecuado de protecci�n (que era prerrogativa del Miembro), se determinaba
primero ese nivel (es decir, mediante la evaluaci�n del riesgo) y luego se
aplicaban las medidas necesarias para lograrlo.
6.76 En el tercer punto del p�rrafo 124 se planteaba la cuesti�n de la "misma
medida" para "una enfermedad en com�n", a la que tambi�n se alud�a en la
pregunta 9. El Dr. Br�ckner estaba de acuerdo con esa afirmaci�n por las mismas
razones.
6.77 El Dr. McVicar respondi� que las distintas enfermedades ten�an
distribuciones, niveles y localizaciones de infecci�n diferentes, as� como una
capacidad de supervivencia diferente, y era totalmente adecuado que se examinase
cada una por separado. Por ejemplo, las medidas de gesti�n del riesgo que
podr�an aplicarse a Gyrodactylus salaris (por ejemplo, m�s de dos d�as sin
acceso a una especie portadora susceptible viva) eran completamente diferentes
de las adecuadas para el virus de la AIS ( por ejemplo, pH bajo) y totalmente
distintas de las aplicables al VNPI ( por ejemplo, pH alto). Era cierto que los
mismos m�todos pod�an ser eficaces para abordar el riesgo de varias enfermedades
distintas, pero no se pod�a deducir que un conjunto limitado de medidas ser�a
�til para todas las enfermedades en cuesti�n. Por consiguiente, el Dr. McVicar
respaldaba el criterio adoptado por Australia de evaluar los riesgos, las
consecuencias y las medidas adecuadas que deb�an adoptarse enfermedad por
enfermedad. Teniendo en cuenta los tres puntos planteados en el p�rrafo 124 de
la comunicaci�n de Australia, record� que hab�a analizado el riesgo comparativo
de "una enfermedad en com�n" entre distintos tipos de productos en su respuesta
a la pregunta 10. El nivel adecuado de protecci�n determinaba las medidas
necesarias para cada enfermedad y cada tipo de producto y, como hab�a indicado
ya en su respuesta a esta pregunta, una medida podr�a lograr con eficacia el
nivel adecuado de protecci�n para m�s de una de las enfermedades motivo de
preocupaci�n, pero no necesariamente para todas.
6.78 La Dra. Wooldridge respondi� que, puesto que consideraba que el proceso de
evaluaci�n del riesgo descrito por Australia en el informe de 1999 presentaba
graves defectos, no pensaba que las ulteriores generalizaciones pudieran basarse
en sus resultados. En su opini�n, no se pod�a decirse que invalidase (o
confirmase) ninguna hip�tesis relativa a la gesti�n del riesgo, o que hubiera
demostrado algo con respecto a los riesgos entre distintos productos (p�rrafo12
de la primera comunicaci�n). Utilizando el mismo fundamento, en su opini�n, los
resultados de las evaluaciones del riesgo de 1999 no hab�an confirmado la
validez o la invalidez cient�fica de las hip�tesis descritas en el p�rrafo 124.
Pregunta 10. En su opini�n, �determinar�an las medidas australianas impuestas
ahora a las importaciones de salm�nidos no viables y las que se impondr� a otros
peces marinos no viables (en particular, al arenque destinado a cebo) y a los
peces ornamentales vivos un nivel similar de protecci�n, es decir, "un nivel de
protecci�n alto o muy conservador encaminado a reducir el riesgo hasta llegar a
niveles muy bajos, si bien no est� basado en el enfoque de riesgo cero" (primera
comunicaci�n de Australia, p�rrafo 147)? En caso negativo, �existe alguna
justificaci�n cient�fica para dicha diferenciaci�n?
6.79 El Dr. Br�ckner expres� la opini�n de que las medidas impuestas eran
conformes con el nivel de protecci�n establecido por Australia y dar�an lugar a
un nivel de protecci�n semejante.
6.80 El Dr. McVicar observ� que en numerosas ocasiones se hab�a demostrado que
los peces vivos que se desplazaban de una zona a otra presentaban el mayor
riesgo de enfermedades. Ni los peces enteros ni el pescado eviscerado se hab�an
vinculado de manera concluyente a una transferencia amplia de infecciones entre
zonas, aunque s� se reconoc�a que las v�sceras (junto con los �rganos con sangre
abundante y de un valor de eliminaci�n bajo) planteaban un riesgo
suficientemente alto para llegar a un acuerdo internacional de que la
eliminaci�n era necesaria con objeto de lograr una reducci�n suficiente del
nivel de riesgo asociado. Como se se�alaba en el Informe de 1999, con las
v�sceras no se eliminaban todas las infecciones, debido a la sangre que quedaba
en el pescado y a la localizaci�n de la infecci�n en otras partes del cuerpo. La
diferencia de riesgo entre el pescado eviscerado y no eviscerado era, por
consiguiente, una cuesti�n de grado y, en ausencia de estudios cuantitativos
sobre la magnitud de la reducci�n de los agentes infecciosos presentes, se
trataba de un juicio de valor.
6.81 Para examinar si hab�a o no justificaci�n cient�fica para hacer una
diferenciaci�n entre las medidas que se estaban imponiendo a los salm�nidos no
viables y las de los peces marinos no viables y los peces ornamentales vivos, el
Dr. McVicar se�al� que hab�a que tener en cuenta tres aspectos:
a) Era necesaria cierta cautela para utilizar sin reservas las listas de
portadores y enfermedades publicadas. Numerosos informes sobre la presencia de
enfermedades en especies de peces se derivaban de situaciones experimentales o
de muestras tomadas en poblaciones infectadas de portadores normales en
condiciones no naturales, por ejemplo piscifactor�as, o de poblaciones en
estrecha relaci�n con ellas. Debido a que era posible que se produjera una
situaci�n con un portador infeccioso, era l�gico que se ejercieran controles
estrictos sobre los peces ornamentales que hab�an estado en contacto con
enfermedades de otros peces, particularmente en las condiciones anormales de las
piscifactor�as. Sin embargo, en condiciones naturales el proceso de infecci�n
podr�a ser m�s dif�cil o incluso imposible en algunos casos, debido a la
existencia de una serie de barreras biol�gicas o f�sicas. Esta conclusi�n se
reflejaba en la reglamentaci�n internacional de la lucha contra las enfermedades
de los peces, que normalmente no reconoc�a especies portadoras como susceptibles
a un determinado agente pat�geno cuando la exposici�n hab�a sido anormal (por
ejemplo, experimental) y no se hab�a demostrado la presencia natural de la
infecci�n. As� pues, por ejemplo, muchas de las listas de "portadores" de NHI
podr�an no considerarse "v�lidas".
b) Era bien conocida la existencia de cepas del mismo agente infeccioso de peces
que mostraban diferencias acentuadas de patogenicidad e infectividad (y, en
consecuencia, de riesgo). Esto pod�a ocurrir en una misma especie portadora,
pero era relativamente com�n cuando se encontraban infecciones de la "misma"
especie en varios tipos de peces. Cuando se sab�a que esas diferencias se deb�an
a caracter�sticas inherentes al agente infeccioso, no al portador o el medio,
sino a distintas "cepas", �stas no pod�an separarse mediante los m�todos
actuales aprobados de diagn�stico (probablemente por la ineficacia de los
m�todos) y esto planteaba dificultades en el funcionamiento l�gico de los
controles legislativos. Para abordar este problema se estaba llevando a cabo
actualmente en Europa un importante programa de investigaci�n con objeto de
perfeccionar los m�todos de diagn�stico de la septicemia hemorr�gica
viral/rabdovirus marinos de diferentes especies portadoras. Igualmente, era
evidente que algunas cepas at�picas de Aeromonas salmonicida no produc�an una
enfermedad importante en los salm�nidos cuando proced�an de peces distintos de
los salm�nidos. En general, se pod�a llegar a la conclusi�n de que las
infecciones que causaban una enfermedad en una especie de peces presentar�an el
mayor nivel de riesgo para las poblaciones de la misma especie, o de otras
estrechamente relacionadas con ellas, en la zona de importaci�n y menor riesgo
para otras especies. Estos aspectos eran evidentes en algunas reglamentaciones
de lucha contra las enfermedades de los peces (por ejemplo, en la UE) donde se
permit�a el comercio controlado de peces ornamentales vivos entre zonas con
situaciones diferentes para las enfermedades controladas de los salm�nidos,
mientras que el comercio de salm�nidos se somet�a a un control m�s riguroso.
c) Tambi�n era importante el riesgo derivado de la dispersi�n de enfermedades de
inter�s identificadas a partir de peces o productos importados y la presencia de
peces susceptibles. Antes de que muchas infecciones pudieran radicarse en un
nuevo pez aislado o en una poblaci�n de peces era necesaria una cantidad
considerable de agente infeccioso ("dosis infecciosa m�nima"). El Dr. McVicar
record� las incertidumbres acerca del concepto de dosis infecciosa m�nima para
las enfermedades de los peces expuestas en su respuesta a la pregunta 3. Era
manifiesto que el grado de diluci�n por el medio acu�tico en el punto de
aparici�n del riesgo pod�a tener una importancia decisiva. As� pues, los cuatro
tipos de medios acu�ticos, en orden de capacidad de diluci�n creciente (o riesgo
decreciente) eran: estanques de piscifactor�as, r�os, lagos y mar abierta.
6.82 El Dr. McVicar observ� adem�s que Australia ten�a intenci�n de continuar
importando peces ornamentales vivos y el Canad� planteaba fundamentalmente la
cuesti�n de si la importaci�n de estos peces, alguno de ellos capaces de
transmitir ciertas enfermedades de los salm�nidos en cuesti�n, planteaba un
riesgo que contrarrestase los efectos de los controles que se estaban aplicando
a los productos de los salm�nidos (primera comunicaci�n del Canad�, p�rrafos
92-95). Las enfermedades motivo de preocupaci�n que eran comunes a los peces
ornamentales y los salm�nidos eran la necrosis pancre�tica infecciosa y Aeromonas salmonicida. En la primera, las medidas exigidas para los productos de
salm�nidos eran relativamente poco severas en el nivel de riesgo que se
aceptaba. En el segundo caso, se reconoc�a que los peces distintos de los
salm�nidos de agua dulce ten�an m�s probabilidad de infectarse con cepas
at�picas de A. salmonicida que con otras normales, y que �stas en conjunto no
ten�an efectos importantes en el medio ambiente natural.
6.83 Con respecto a los peces marinos no viables se pod�an hacer las mismas
consideraciones sobre las diferencias en la "cepa" biol�gica del agente
infeccioso com�n entre distintas especies portadoras. Hab�a cada vez m�s pruebas
de la existencia de un grupo de rabdovirus marinos (identificados todos como de
la SHV, por los m�todos actuales de diagn�stico) en especies de peces marinos
que ten�a una infectividad y una patogenicidad mucho m�s bajas que el "cl�sico"
de la SHV presente en las piscifactor�as de truchas arcos iris de agua dulce.
As� pues, las pruebas de diagn�stico actuales no permit�an diferenciar entre
cepas que ten�an diferencias biol�gicas importantes y podr�an estar agrupando
agentes infecciosos muy diferentes bajo un nombre com�n. Se estaban realizando
nuevas investigaciones en este sector con objeto de solucionar este problema.
6.84 El Canad� citaba la detecci�n del virus de la NHI en el arenque del
Pac�fico como un riesgo no sujeto a control asociado con la importaci�n de
arenques a Australia para cebo, pero conven�a se�alar que los registros de
infecci�n proced�an de exposiciones experimentales y de peces capturados en la
misma localidad general que las poblaciones de salmones de criadero infectados.
6.85 El Dr. McVicar opinaba que hab�a una justificaci�n cient�fica para la
aplicaci�n de una serie de medidas diferentes a distintos productos que estaba
importando Australia debido a variaciones en el car�cter de las infecciones
conocidas que pod�an estar presentes en el material original y a las variaciones
en el riesgo real y probable de aparici�n de estas enfermedades en el medio de
Australia. Hab�a precedentes en la reglamentaci�n de otras zonas. Las listas de
portadores y enfermedades que se encontraban en la bibliograf�a cient�fica no
deb�an utilizarse sin una evaluaci�n cuidadosa como prueba de la susceptibilidad
de una especie de peces a una infecci�n (y, por consiguiente, del riesgo en el
producto a partir de infecciones presentes de manera natural). El Dr. McVicar
lleg� a la conclusi�n de que con las medidas que impondr�a Australia ahora para
los peces marinos no viables y los peces ornamentales vivos se podr�a conseguir
un nivel de riesgo muy bajo.
6.86 La Dra. Wooldridge se�al� que la definici�n de nivel de protecci�n como un
"nivel de protecci�n alto o muy conservador encaminado a reducir el riesgo hasta
llegar a niveles muy bajos" ten�a los mismos problemas con respecto a la
subjetividad inherente a las palabras "alto" y "muy bajo" a la que se hab�a
referido anteriormente. Australia hab�a declarado que requer�a "un nivel de
protecci�n alto o muy conservador encaminado a reducir el riesgo hasta llegar a
niveles muy bajos", y si estaba dispuesta a aceptar salm�nidos no viables,
arenques para cebo y peces marinos vivos en determinadas condiciones, los
riesgos asociados deb�an, por definici�n, reducirse como m�nimo a lo que
Australia defin�a como "niveles muy bajos". En su opini�n, la cuesti�n era si
las restricciones impuestas sobre los salm�nidos no viables reduc�an de verdad
los riesgos (innecesariamente) a un nivel m�s bajo que �se.
6.87 �sta no era una pregunta f�cil de contestar sin la ayuda de una evaluaci�n
del riesgo realizada espec�ficamente para abordar esta cuesti�n. Podr�a haber
diferencias verdaderas en el riesgo global de radicaci�n de una enfermedad
asociada a distintas especies de peces (que requerir�n medidas de salvaguardia
distintas), incluso cuando las v�as de exposici�n fueran las mismas. Se pod�a
suponer que la F1 de una especie de peces ten�a una prevalencia muy baja de la
enfermedad X, pero v�as de exposici�n con una probabilidad elevada (por ejemplo,
peces destinados a cebo). En conjunto, el riesgo general de radicaci�n de X se
evaluar�a como extremadamente bajo (o m�s bajo) debido a la prevalencia
extraordinariamente baja. Era posible que no se considerase necesario adoptar
medidas de salvaguardia (o m�nimas) para garantizar el mantenimiento del riesgo
por debajo de niveles aceptables.
6.88 Luego se pasar�a al supuesto de que la F2 de la especie de peces tuviera un
nivel de prevalencia de la enfermedad X m�s alto que la F1, y v�as de exposici�n
que dieran una probabilidad de exposici�n m�s baja que para la F1 (por ejemplo,
peces destinados al consumo humano). �Era el riesgo global de radicaci�n m�s
alto, m�s bajo o el mismo? Esto, por supuesto, depender�a exactamente de la
magnitud del aumento de la prevalencia y del valor de la reducci�n de la
probabilidad de exposici�n. Era posible que en conjunto el riesgo de radicaci�n
fuese m�s alto a pesar de tener una probabilidad menor de exposici�n. En ese
caso, tal vez deber�an aplicarse medidas de salvaguardia m�s severas para los
peces destinado al consumo humano con respecto a la enfermedad X, a fin de
ofrecer el mismo nivel de protecci�n que el de otros productos de pescado.
6.89 Aunque se trataba de un argumento intuitivo, no se pod�a suponer, por
consiguiente, que una v�a de exposici�n menos probable llevar�a autom�ticamente
siempre a un nivel m�s bajo de las medidas de salvaguardia necesarias para una
enfermedad espec�fica. Sin embargo, si la misma enfermedad estuviera presente
con el mismo nivel de prevalencia en dos especies de peces (por ejemplo un
salm�nido y un pez distinto) y la probabilidad de exposici�n para una fuera m�s
baja que para la otra, entonces estar�a claro que la probabilidad m�s baja de
exposici�n dar�a lugar a un riesgo total menor (para el mismo volumen de
producto y con todas las dem�s condiciones iguales).
6.90 Se podr�a obtener alguna informaci�n examinando la evaluaci�n del riesgo
para las mismas enfermedades en los grupos de peces (por ejemplo, salm�nidos y
no salm�nidos) y comparando los resultados del riesgo con la gesti�n requerida.
Sin embargo, dado que consideraba que las propias evaluaciones eran defectuosas,
si antes no se realizaba una nueva evaluaci�n estimaba que carec�a de sentido
esta comparaci�n. En opini�n de la Dra. Wooldridge, otro sistema para aclarar
esta compleja cuesti�n ser�a intentar cuantificar los riesgos para la misma
enfermedad en categor�as de peces diferentes o bien para la enfermedad que se
considerase que ten�a cualitativamente mayor riesgo para cada categor�a de
importaci�n, a fin de averiguar si hab�a diferencias de orden en los riesgos y
las probables medidas de salvaguardia que se necesitar�an, en comparaci�n con
las exigidas.
Pregunta 11. �Es posible verificar de manera objetiva a partir del Informe de
1999 y/o de otras pruebas en poder del Grupo Especial si existe la diferencia
aludida en la pregunta 10? En caso afirmativo, �est� justificada?
6.91 El Dr. Br�ckner respondi� que el IRA de 1999 respaldaba el fundamento de la
medida para lograr el mismo nivel de protecci�n.
6.92. El Dr. McVicar se�al� a la atenci�n las observaciones que hab�a formulado
en su respuesta a la pregunta 10.
6.93 La Dra. Wooldridge respondi� tambi�n que su respuesta a la pregunta 10
contestaba esa pregunta.
Pregunta 12. En la secci�n 8.1 del Informe de 1999 (secci�n 8.1.2 del Informe
provisional de 1999) se afirma, en el p�rrafo 345, que los peces utilizados para
fines como los piensos y el cebo tienen evidentemente m�s probabilidad de
introducir agentes pat�genos (si existen en los peces) en el medio acu�tico que
el producto importado para consumo humano. En la misma secci�n, en los p�rrafos
346-47, se indica que el uso de miles de toneladas de sardinas, caballas
pintojas y arenques importados como cebo para langostas durante varios decenios
no ha causado efectos adversos detectables en la sanidad de los peces o en el
medio acu�tico. La conclusi�n que se cita es que el riesgo de que tales
importaciones introduzcan una enfermedad ex�tica capaz de producir una mortandad
de peces en gran escala es muy baja o no existe en absoluto.
En el p�rrafo 115 de su primera comunicaci�n, el Canad� se�ala, con referencia a
lo anterior, que si la ausencia de transmisi�n de enfermedades con apenas unos
miles de toneladas de producto de muy pocas especies en una zona peque�a es
pertinente para indicar un riesgo muy bajo o inexistente, es l�gico (seg�n el
Canad�) que la ausencia de transmisi�n de enfermedades a partir de miles de
millones de toneladas de pescado eviscerado de todas las especies que se
desplazan por todo el planeta sea una prueba aun m�s contundente de que el
riesgo derivado de dicho producto es insignificantemente peque�o. Se ruega que
formulen observaciones sobre la afirmaci�n del Canad�.
6.94 El Dr. Br�ckner observ� que esta pregunta tambi�n estaba relacionada con la
pregunta 3 supra (examen de los vol�menes y los per�odos de tiempo). La pregunta
podr�a suponer asimismo la discriminaci�n que se percib�a entre los salm�nidos
no viables y los no salm�nidos no viables. La aceptaci�n de la opini�n expresada
por el Canad� tambi�n podr�a suponer la aceptaci�n de los hechos hist�ricos como
una observaci�n cualitativa fidedigna y cient�ficamente justificable para
defender una medida m�s baja de gesti�n del riesgo. Sin embargo, eso estaba en
contradicci�n con la insistencia anterior del Canad� (p�rrafo 49) a favor de un
enfoque cuantitativo. La aceptaci�n de la afirmaci�n del p�rrafo 115 anular�a la
necesidad de una evaluaci�n del riesgo con una base cient�fica. No dec�a que el
evaluador no debiese conocer los hechos hist�ricos, sino que �stos se deb�an
comprobar y evaluar como se hab�a hecho en el IRA de 1999. En el AQPM 1999/51,
Australia no impon�a restricci�n alguna sobre los peces marinos distintos de los
salm�nidos, pero las restricciones estaban de acuerdo con el resultado de las
conclusiones alcanzadas en el IRA de 1999.
6.95 El Dr. McVicar indic� que la ausencia de enfermedades cl�nicas asociadas
con la importaci�n de grandes vol�menes de pescado para pienso o como cebo
podr�a tomarse como prueba de que no se produc�an problemas patol�gicos
importantes a causa de esos productos. Sin embargo, la aceptaci�n directa de esa
conclusi�n al pie de la letra exig�a una cierta cautela. El pescado importado se
estaba utilizando como pienso en circunstancias muy espec�ficas (jaulas de
atunes y como cebo) principalmente en mar abierta. La falta de problemas de
enfermedades infecciosas asociadas era importante en esas circunstancias, pero
no necesariamente en otras, como las relativas a la cr�a de salmones. El uso
casi exclusivo de alimentos elaborados en las explotaciones de salm�n a nivel
internacional pon�a de manifiesto en parte el riesgo para las piscifactor�as de
salmones asociado con la administraci�n de peces enteros frescos o congelados.
Australia corr�a riesgos semejantes con sus explotaciones de at�n.
6.96 El Dr. McVicar se�al� adem�s que en mar abierta era dif�cil observar peces
muertos. Por ejemplo, se hab�a producido una mortandad importante de arenques
(estimada en m�s del 30 por ciento de la poblaci�n permanente) debido a
Ichthyophonus en el Mar del Norte y en Kattagat a comienzos del decenio de 1990,
pero los peces muertos s�lo eran evidentes en la segunda zona, relativamente
limitada. Era probable que se hubieran registrado muchos casos de mortandad
importante de peces que habr�an pasado inadvertidos.
6.97 La Dra. Wooldridge respondi� que, en su opini�n, la afirmaci�n del Canad�
era una deducci�n l�gica y en ausencia de pruebas palpables en contrario era una
declaraci�n que estar�a dispuesta a aceptar.
Pregunta 13. En el p�rrafo 28 a) ii) de la primera comunicaci�n de Australia se
observa que se permiten importaciones sujetas, entre otras cosas, a la
certificaci�n de que "los peces deben pertenecer a una poblaci�n respecto de la
que haya un sistema documentado de vigilancia y supervisi�n sanitaria bajo la
direcci�n de la autoridad competente". �En qu� medida es aplicable esto a los
salmones capturados en el oc�ano? Si esta prescripci�n se considera necesaria
con respecto a los riesgos asociados con el salm�n canadiense, �no deber�an ser
necesarias prescripciones semejantes para los no salm�nidos?
6.98 El Dr. Br�ckner indic� que no era experto en estos sistemas de gesti�n y no
formular�a observaciones.
6.99 El Dr. McVicar respondi� que, como hab�a indicado en su respuesta a la
pregunta 1, el conocimiento del nivel de infecci�n en la poblaci�n de origen del
producto permit�a determinar la magnitud de las medidas de reducci�n del riesgo
que hab�a que aplicar durante el proceso de importaci�n. Esto se pod�a conseguir
f�cilmente en las poblaciones de criadero (salm�nidos y no salm�nidos) y ser�a
de gran valor en ellas, puesto que los peces enfermos infectados podr�an tener
una supervivencia prolongada en ausencia de predaci�n y una parte de ellos
podr�a pasar a trav�s de las l�neas de elaboraci�n sin que se detectase. Sin
embargo, como los peces enfermos no sol�an sobrevivir mucho tiempo en libertad
(fundamentalmente debido a las presiones de la predaci�n), la presencia de
enfermedades graves en las poblaciones de peces en libertad sol�a ser escasa y,
por consiguiente, era poco probable que se capturasen peces muy infectados con
enfermedades importantes. Una excepci�n se produc�a durante las epidemias, en
las cuales pod�an aparecer un gran n�mero de peces infectados. Los datos
presentes disponibles indicaban que estas situaciones eran relativamente raras,
ten�an normalmente corta duraci�n y se detectaban f�cilmente, en particular
durante cualquier elaboraci�n. Con las poblaciones de peces en libertad era
dif�cil realizar un programa preciso de vigilancia sanitaria, puesto que se
requer�an estudios amplios y complejos para determinar la gama de enfermedades
que hab�a o incluso la incidencia de cualquier enfermedad espec�fica presente.
Observ� que Australia no especificaba el nivel de supervisi�n y vigilancia
sanitarias en las poblaciones de peces en libertad.
6.100 El riesgo de propagaci�n de enfermedades en el medio marino a partir de
peces marinos distintos de los salm�nidos, de criadero o en libertad, en
concentraciones que pusieran en peligro las poblaciones locales susceptibles era
m�s bajo con los salm�nidos (de criadero y en libertad) debido al elevado factor
de diluci�n del medio marino en comparaci�n con las aguas continentales con
especies de peces susceptibles reales o potenciales. Los niveles relativos del
riesgo de enfermedad entre especies portadoras diferentes para la "misma"
enfermedad, como hab�a indicado en su respuesta a la pregunta 10, eran tambi�n
pertinentes para este examen.
6.101 La comparaci�n del nivel de riesgo entre los peces en libertad y los de
criadero de la misma especie y entre distintas especies procedentes de criaderos
o medios libres planteaba muchos problemas dif�ciles. Las enfermedades de los
peces, cuando se produc�an, con frecuencia tend�an a alcanzar niveles m�s altos
en las poblaciones de criadero, pero se pod�a determinar f�cilmente el tipo de
enfermedad y su intensidad. La mayor parte de los datos ictiopatol�gicos
disponibles se hab�an obtenido a partir de poblaciones de peces de criadero. En
las poblaciones en libertad normalmente se detectaban niveles m�s bajos de
enfermedades importantes, de manera que era menos probable la importaci�n de
productos con niveles peligrosos de pat�genos. Sin embargo, la prevalencia de
una enfermedad en una poblaci�n natural no indicaba directamente su incidencia.
Era dif�cil determinar la gama y el nivel de las infecciones en las poblaciones
en libertad, particularmente dada la amplitud del medio marino. La estimaci�n
del nivel de inspecci�n necesario para alcanzar el nivel adecuado de protecci�n
sobre esos diferentes tipos de productos era una cuesti�n de opini�n.
6.102 La Dra. Wooldridge respondi� que no se consideraba competente para
contestar la primera parte de la pregunta. Dado que para los peces distintos de
los salm�nidos podr�a parecer (en general, debido a pautas de uso alternativas)
que las v�as de exposici�n presentaban riesgos mayores, en ese caso (de nuevo,
en general) se podr�a suponer de manera razonable que se desear�a tener por lo
menos la confianza (o m�s) de que la prevalencia fuese m�s baja para cualquier
pat�geno procedente de cualquier origen. A partir de eso, cabr�a esperar que
ser�an necesarias prescripciones semejantes (por lo menos) tanto para los no
salm�nidos como para los salm�nidos (pero record� su pregunta 10, en el sentido
de que en particular para una enfermedad espec�fica podr�a no ocurrir esto
necesariamente).
Pregunta 14. Australia observa en su primera comunicaci�n, p�rrafo 38, con
respecto a los peces ornamentales vivos que "las enfermedades � pueden
detectarse, en muchos casos, en las propias instalaciones, y el estado
patol�gico de los peces puede cambiar r�pidamente". �sta es al parecer una de
las razones por las cuales las nuevas medidas exigen, entre otras cosas, la
certificaci�n del estado sanitario de las instalaciones [de exportaci�n]. �No es
tambi�n aplicable a los salmones de criadero el hecho de que las enfermedades
puedan estar localizadas en muchos casos en las instalaciones, y que el estado
patol�gico pueda cambiar r�pidamente? �No tendr�a la certificaci�n del estado
sanitario de las instalaciones del salm�n de criadero una importancia y una
eficacia comparables para la gesti�n del riesgo?
6.103 El Dr. Br�ckner record� que en el p�rrafo 71 de la primera comunicaci�n de
Australia se se�alaba que: "Con respecto a los peces de criadero (incluida la
trucha con fines deportivos) el medio m�s eficaz de gesti�n del riesgo estar�
normalmente basado en la acuicultura". No se indicaba si en la gesti�n del
riesgo a la que se alud�a se inclu�a la participaci�n en un programa nacional de
vigilancia para las enfermedades de los salmones de criadero. Sin embargo, el
Ap�ndice 6 del IRA de 1999 conten�a detalles de la vigilancia y supervisi�n
ictiosanitaria en Australia. El Dr. Br�ckner estaba de acuerdo en que deber�a
realizarse una certificaci�n sanitaria oficial de las instalaciones de salmones
de criadero para respaldar la gesti�n del riesgo de enfermedades en las aguas
continentales.
6.104 El Dr. McVicar indic� que era adecuado que la certificaci�n de los peces
procedentes de la acuicultura (salm�nidos o no salm�nidos) cuya exportaci�n se
considerase de alto riesgo estuviera sujeta a la certificaci�n de que estaban
localizados en una zona libre de las enfermedades en cuesti�n o bien que la
piscifactor�a era equivalente a una explotaci�n aprobada en una zona no aprobada
(importante para los peces vivos o los huevos). Cuando el riesgo se considerase
m�s bajo (por ejemplo, para productos no viables), era adecuado que las
poblaciones de las piscifactor�as estuvieran sujetas a certificaci�n. La misma
situaci�n era aplicable tanto a las piscifactor�as de salm�nidos como de no
salm�nidos y no hab�a justificaci�n cient�fica para imponer dicho requisito a un
tipo y no al otro. Sin embargo, en el caso de los peces ornamentales vivos hab�a
un riesgo mayor si las poblaciones se hab�an recogido de varias explotaciones o
zonas en libertad antes de la exportaci�n, y ser�a l�gico que esto se controlase
espec�ficamente mediante la certificaci�n adecuada de la piscifactor�a de
exportaci�n.
6.105 La Dra. Wooldridge indic� que no ten�a competencia para responder a esta
pregunta.
Pregunta 15. Se ruega que den su opini�n sobre la afirmaci�n que hace Noruega en
su comunicaci�n como tercera parte, p�rrafos 24-25 (por ejemplo, "Que la
necesidad de diferentes medidas contra otros peces importados, en particular
para consumo humano, que contengan las mismas enfermedades, es ... muy poco
clara").
6.106 El Dr. Br�ckner respondi� que las medidas que se propon�an en el AQPM
1999/51 para los salm�nidos y los peces marinos distintos de los salm�nidos no
viables, respectivamente, no difer�an en cuanto a la supervisi�n exigida, la
restricci�n de la edad y las prescripciones relativas a la naturaleza del
producto una vez importado (preparado para el consumo, ulterior elaboraci�n tras
su llegada en instalaciones aprobadas). No estaba claro por qu� se establec�an
diferencias para el consumo humano con respecto al producto preparado para el
consumo y la necesidad de una elaboraci�n de los salm�nidos tras la llegada si
el peso era superior a 450 g. Las mismas cuestiones se planteaban con respecto a
la justificaci�n cient�fica para la presencia o ausencia de piel en relaci�n con
el peso en cuanto a la creaci�n o no creaci�n de riesgo. El Dr. Br�ckner estaba
de acuerdo en que los cuatro primeros requisitos para otros peces establec�an
medidas aceptables de atenuaci�n del riesgo respaldadas por las conclusiones de
la evaluaci�n relativa a la aparici�n del riesgo y sus consecuencias en el IRA
de 1999. Sin embargo, no lograba encontrar pruebas convincentes de las razones
para imponer otras restricciones sobre el tama�o y la elaboraci�n de los
salm�nidos, pero no de otros peces.
6.107 El Dr. McVicar respondi� que las opiniones de Noruega con respecto a las
medidas m�s gravosas que hab�an de imponerse sobre las importaciones de salm�n
solamente ser�an v�lidas si la distribuci�n de las distintas enfermedades de
inter�s y las cepas patog�nicas (por ejemplo, las cepas de A. salmonicida ) fuera
homog�nea en todas las poblaciones de peces de or�genes diferentes de las cuales
se importaba el producto. No ocurr�a as�. Tomando como ejemplo Aeromonas
salmonicida, la cepa t�pica produc�a forunculosis cl�sica, enfermedad grave de
los salm�nidos en muchas partes del mundo (salvo en Australia), mientras que
varias cepas at�picas estaban muy difundidas y provocaban la enfermedad
ulcerante en una gran variedad de otras especies de peces. Esas cepas at�picas
s�lo produc�an enfermedad grave a los salm�nidos en un n�mero relativamente
escaso de zonas (por ejemplo, Islandia, Jap�n). Seg�n su interpretaci�n, las
medidas que propon�a Australia estaban espec�ficamente destinadas a los
salm�nidos, debido al riesgo de enfermedades espec�ficas de estos peces, como
las cepas t�picas de A. salmonicida , y a que las infecciones que produc�an en
los peces distintos de los salm�nidos ten�an un nivel m�s bajo para esas
especies. En este sentido podr�a justificarse la aplicaci�n de medidas distintas
a productos diferentes. Tambi�n se�al� su respuesta a la pregunta 10.
6.108 La Dra. Wooldridge estaba de acuerdo en que la necesidad de aplicar
medidas diferentes (o alguna espec�fica) quedaba poco clara.
Pregunta 16. �Est� justificada cient�ficamente la diferencia en las medidas
aplicadas al salm�n de Nueva Zelandia y del Canad�, en particular por el estado
patol�gico de Nueva Zelandia?
6.109 El Dr. Br�ckner declar� que, teniendo en cuenta el estado patol�gico de
Nueva Zelandia expuesto en el IRA de 1997 de este pa�s, no impugnar�a un cambio
en el statu quo. Sin embargo, cabr�a preguntarse l�gicamente por qu� Australia
no aplicaba a las importaciones de salm�nidos no viables las mismas medidas que
Nueva Zelandia, puesto que las medidas de Nueva Zelandia eran notablemente menos
restrictivas que las vigentes en Australia.
6.110 El Dr. McVicar indic� que Nueva Zelandia aplicaba a las importaciones
medidas esencialmente semejantes a las de Australia. Habida cuenta de su
proximidad geogr�fica, el historial similar en cuanto a la presencia de
salm�nidos no aut�ctonos y los perfiles de enfermedades parecidos (con la
excepci�n de la enfermedad del v�rtigo), ambas zonas pod�an estar expuestas a
riesgos an�logos derivados de las importaciones de productos de salm�nidos. Era
de esperar una cierta semejanza en las medidas de reducci�n del riesgo entre los
dos pa�ses. Desde el punto de vista cient�fico, se reconoc�a el hecho de que el
comercio era m�s laxo entre zonas con una situaci�n ictiosanitaria comparable
que cuando se realizaba de una zona con una situaci�n ictiosanitaria m�s baja a
otra m�s alta. En esto se basaba la Directiva 91/67/CEE de la UE. Por
consiguiente, bas�ndose en el mismo principio cient�fico, no era il�gico que
Australia y Nueva Zelandia tuvieran una relaci�n semejante.
6.111 La Dra. Wooldridge observ� que era m�s adecuado que a esta pregunta
respondiera un icti�logo.
Pregunta 17. Dado que en los salm�nidos y en los peces distintos de los
salm�nidos puede haber agentes pat�genos semejantes, se ruega que formulen
observaciones sobre la validez de la distinci�n establecida por Australia entre
los salm�nidos, que no se pueden importar o despachar despu�s de la cuarentena a
menos que est�n elaborados como producto "preparado para el consumo", y los no
salm�nidos, para los que no se exige dicha elaboraci�n.
6.112 El Dr. Br�ckner observ� que esta pregunta estaba relacionada con otra
semejante planteada por Noruega (pregunta 15). No lograba ver las razones y la
justificaci�n cient�fica para una distinci�n a ese nivel, como hab�a expuesto en
su respuesta a la pregunta 15.
6.113 El Dr. McVicar tambi�n record� su respuesta a la pregunta 15.
6.114 La Dra. Wooldridge indic� que sus respuestas a las preguntas 7 y 10
contestaban en parte esta pregunta. En resumen, si estaba presente la misma
enfermedad en dos especies diferentes con la misma prevalencia, y si las v�as de
exposici�n eran las mismas y con la misma probabilidad, no habr�a ninguna
justificaci�n para establecer esa diferencia. Era poco probable que se plantease
una situaci�n tan id�ntica y el riesgo global depend�a de ambos elementos. Por
consiguiente, podr�a estar justificado el hecho de tratar dos productos
distintos de manera diferente. Sin embargo, en su opini�n la justificaci�n de
esta salvaguardia particular para los salm�nidos estaba sin demostrar y no era
probable que se hiciera.
Pregunta 18. Se ruega que den sus opiniones sobre los p�rrafos 15-24 de la
comunicaci�n del Canad� del 30 de septiembre de 1999, en particular sobre la
cuesti�n de si las medidas impuestas por Australia sobre las importaciones de
salm�n y las impuestas sobre las importaciones de sardinas enteras no
evisceradas, incluidas las destinadas a cebo, daban lugar a dos niveles
(sustancialmente) diferentes de protecci�n sanitaria en esos dos sectores y, en
caso afirmativo, si hay alguna justificaci�n cient�fica para tal diferenciaci�n.
6.115 El Dr. Br�ckner indic� que las cuestiones relativas al herpesvirus de la
sardina se hab�an examinado en tres p�rrafos de la secci�n 6.2.1 del IRA de 1999
y no se hab�an vuelto a analizar en el IRA. El Canad� hab�a presentado
bibliograf�a cient�fica para verificar su preocupaci�n. En ausencia de nuevas
pruebas cient�ficas importantes, no era posible emitir un juicio sobre esta
cuesti�n. Sin embargo, si se consideraba que el virus era end�mico, la hip�tesis
formulada por Australia de no establecer pr�cticas de gesti�n del riesgo con
respecto a esta enfermedad u otras "enfermedades desconocidas" que pudieran
introducirse a trav�s de las importaciones era v�lida y estaba justificada.
6.116 El Dr. McVicar respondi� que, puesto que Australia consideraba que el
herpesvirus asociado con el brote de la enfermedad en las sardinas australianas
era end�mico, no se inclu�a como enfermedad motivo de preocupaci�n y, por
consiguiente, no se deseaba introducir medidas para restringir esta enfermedad
en las importaciones. La cuesti�n de la septicemia hemorr�gica viral la hab�a
abordado en su respuesta a la pregunta 10. Cuando en la bibliograf�a cient�fica
no se encontraban pruebas de la infectividad y la patogenicidad asociadas con un
agente pat�geno era dif�cil justificar la introducci�n de medidas de control que
pudiesen afectar al comercio con car�cter precautorio.
6.117 La Dra. Wooldridge consideraba que la comunicaci�n del Canad� tal como se
hab�a presentado indicaba una diferencia sustancial en los niveles de protecci�n
sanitaria para los dos productos objeto de examen, por lo cual la justificaci�n
cient�fica no saltaba a la vista de forma inmediata.
Pregunta 19. �Es posible verificar de manera objetiva tomando como base el
Informe de 1999 u otras pruebas en poder del Grupo Especial si existe la
diferencia mencionada en la pregunta 18 y, en caso afirmativo, si est�
justificada?
6.118 El Dr. Br�ckner respondi� que las hip�tesis de Australia tal vez se
pudieran justificar objetivamente (o demostrar su invalidez) mediante nueva
investigaci�n y/o por medio de la simulaci�n con modelos de enfermedades
relativos a las repercusiones de la introducci�n de la enfermedad a trav�s de la
importaci�n de sardinas.
6.119 El Dr. McVicar record� su respuesta a la pregunta 18.
6.120 La Dra. Wooldridge observ� que el Canad� alegaba que Australia estaba
dispuesta a aceptar importaciones de sardinas enteras no evisceradas con medidas
de salvaguardia muy inferiores a las de las importaciones de salm�nidos
eviscerados (p�rrafos 14 y 15 de la comunicaci�n del Canad� del 30 de
septiembre). La prueba de que las salvaguardias exigidas para dichas sardinas
eran menores que las impuestas para tales salm�nidos figuraba en el informe
final de 1999. El Canad� argumentaba que consideraba que el riesgo real de
radicaci�n de una enfermedad a partir de tales importaciones de sardinas era
superior al que representaban los salm�nidos eviscerados. Presentaba sus propias
pruebas de la probabilidad de introducci�n y radicaci�n de enfermedades para las
sardinas, utilizando como ejemplo una enfermedad que los cient�ficos
consideraban que se deb�a al herpesvirus de la sardina (diversas referencias,
muchas de los propios documentos de Australia).
6.121 La secci�n 6.2 del informe de 1999 de Australia era una exposici�n de la
identificaci�n de peligros para "Enfermedades/agentes pat�genos de peces marinos
distintos de los salm�nidos". En la secci�n 6.2.1 se identificaban los virus. En
esa secci�n se se�alaba el herpesvirus de la sardina (p�ginas. 256-7) como un
peligro. Se describ�a como "asociado a una mortalidad elevada en la sardina" y
"notificado solamente en Australia y Nueva Zelandia" y "este agente no se vuelve
a examinar en este IRA". En el documento presentado en la comunicaci�n del
Canad� del 30 de septiembre (Whittington, referencia en la nota de pie de p�gina
88, p�gina 3) se daban pruebas de que las consecuencias de esta enfermedad en
Australia hab�an sido graves; por consiguiente, era probable que un nuevo brote
fuese tambi�n grave. La Dra. Wooldridge no consideraba que esto estuviera en
litigio.
6.122 La cuesti�n pendiente desde el punto de vista de la evaluaci�n del riesgo
de las importaciones era, por consiguiente, la probabilidad de que se hubiese
introducido la enfermedad con las importaciones de peces. No hab�a visto en
ninguna parte si se examinaba esta probabilidad en el informe de 1999 (es m�s,
se declaraba que no exist�a, en la cita supra). El hecho de que solamente se
hubiera notificado en Australia y Nueva Zelandia no descartaba por s� solo la
posibilidad de que se hubiera importado (aunque �ste era un hecho importante en
la estimaci�n de dicha probabilidad). Whittington et al. (v�ase la nota de pie
de p�gina 88), en la p�gina 14, analizaban la epidemiolog�a de esta enfermedad
en Australia y Nueva Zelandia y consideraban la probabilidad de que la infecci�n
pudiera proceder de una fuente externa, citando como ejemplos las descargas del
transporte mar�timo comercial de pescado y las sardinas importadas para cebo. En
opini�n de la Dra. Wooldridge, los autores de este documento consideraban esa
fuente externa como una probabilidad m�s que insignificante, por algunas de las
razones epidemiol�gicas descritas.
6.123 En el propio documento provisional de Australia, el Informe provisional de
1999 (secci�n 8.1.2), tambi�n mencionado por el Canad� (p�rrafo 16, 30 de
septiembre), se examinaba la probabilidad de que este virus fuera ex�tico para
Australia, en las p�ginas 3 y 4 de esta secci�n (8.1.2). Cab�a se�alar la
comunicaci�n del Presidente del Grupo de Trabajo Cient�fico Mixto sobre la
Sardina del CCEAD, que dec�a lo siguiente:
"El Grupo de Trabajo est� coordinando actualmente un programa nacional de
investigaci�n ... uno de cuyos objetivos es determinar si el virus es end�mico o
ex�tico y, en caso de que sea ex�tico, cu�l es su origen. Los resultados hasta
la fecha no respaldan ninguna conclusi�n definitiva ..."
6.124 Esta duda era, en su opini�n, muy importante para la evaluaci�n de la
probabilidad de riesgo a partir de esa enfermedad espec�fica debido a la
importaci�n de sardinas. El hecho de que esta incertidumbre no se hubiera
examinado en el informe final de 1999 era un defecto importante de la evaluaci�n
del riesgo para los peces marinos distintos de los salm�nidos, en particular
dadas las consecuencias de un brote. Era tambi�n muy extra�a desde el punto de
vista metodol�gico la omisi�n de esta incertidumbre en el informe final.
6.125 Era evidente que esas prueba no respaldaban la justificaci�n de
salvaguardias m�s estrictas para los salm�nidos eviscerados que para los peces
marinos distintos de los salm�nidos enteros. En realidad, no se dec�a casi nada
acerca de las medidas de salvaguardia adecuadas de manera espec�fica para los
salm�nidos eviscerados. En principio se tender�a a respaldar salvaguardias m�s
estrictas sobre las sardinas importadas aunque, por supuesto, esto se deb�a
examinar en el �mbito de otras pruebas.
Pregunta 20. �Se conseguir�a con una serie de medidas m�s limitada que la
actualmente impuesta por Australia sobre las importaciones de salm�n canadiense
un nivel aceptable de riesgo de Australia, es decir, "un nivel de protecci�n
alto o muy conservador encaminado a reducir el riesgo hasta llegar a niveles muy
bajos, si bien no est� basado en el enfoque de riesgo cero" (primera
comunicaci�n de Australia, p�rrafo 147)? Se ruega que sean espec�ficos.
6.126 El Dr. Br�ckner indic� que no ve�a el fundamento de esta pregunta. Se
pod�an enumerar varios otros procedimientos adicionales, como el an�lisis
obligatorio de laboratorio para las consignaciones antes de la certificaci�n de
las exportaciones para las enfermedades en cuesti�n, pero esto ser�a simplemente
un elenco sin dar respuesta a la pregunta.
6.127 El Dr. McVicar respondi� que, en general, parec�a que Australia hab�a
identificado las medidas m�nimas de reducci�n del riesgo que pod�an aplicarse
para salvaguardar las poblaciones locales de enfermedades identificadas como
motivo de preocupaci�n. No parec�a haber un riesgo importante de enfermedad
asociado con la piel de los salm�nidos que alterase sustancialmente el nivel de
riesgo mediante su eliminaci�n, pero esto se contrarrestaba con el riesgo
notablemente mayor de que ese material no comestible de bajo valor pudiera
eliminarse de forma no inocua antes de la cocci�n.
6.128 La Dra. Wooldridge indic� que esto depend�a del grado de eficacia de la
medida en la reducci�n del factor o de los factores espec�ficos de riesgo que
abordaba, y ella no se consideraba competente para evaluar esto.
Pregunta 21. �Es posible verificar de manera objetiva tomando como base el
Informe de 1999 u otras pruebas en poder del Grupo Especial si alguna de las
opciones en materia de pol�ticas alternativas o alguna serie de medidas
alternativas lograr�a el nivel adecuado de protecci�n de Australia?
6.129 El Dr. Br�ckner observ� que esto era posible, pero implicar�a otra
evaluaci�n del riesgo, puesto que las medidas de gesti�n del riesgo/opciones en
materia de pol�ticas eran el resultado de una evaluaci�n del riesgo con base
cient�fica. Supondr�a la propuesta de medidas de atenuaci�n del riesgo menos
estrictas y su evaluaci�n en funci�n de las consecuencias. En su opini�n, el IRA
de 1999 hab�a seguido en general este criterio para establecer una relaci�n
racional entre las medidas propuestas y el nivel adecuado de protecci�n.
6.130 El Dr. McVicar opinaba que Australia hab�a analizado objetivamente los
datos ictiopatol�gicos disponibles para identificar las enfermedades motivo de
preocupaci�n y hab�a identificado los medios m�s id�neos y pr�cticos para
reducir el riesgo de su introducci�n a trav�s de productos, con el respeto
adecuado a la limitaci�n de las restricciones sobre el comercio. La falta de
datos cuantitativos sobre el alcance de la reducci�n de los niveles del agente
infeccioso presente o de la restricci�n del acceso de infecciones importantes a
poblaciones de peces locales imped�a la evaluaci�n objetiva de la probabilidad
de �xito de las medidas propuestas.
6.131 La Dra. Wooldridge indic� que no ten�a competencia para valorar esto.
Pregunta 22. �Cu�l es el nivel de riesgo para las poblaciones de peces de
Australia importantes desde el punto de vista comercial y deportivo derivado de
enfermedades como el VNHE, la EUPR, el VERV y el SUE (mencionadas en los
p�rrafos 136-144 de la primera comunicaci�n del Canad�), que son end�micas en
algunas partes de Australia pero ex�ticas en otras, dado que no se imponen
restricciones sobre el desplazamiento interno del pescado muerto? �Es este
riesgo semejante o superior al de las importaciones de salm�n canadiense en el
marco de las prescripciones actuales de Australia? En caso afirmativo, �existe
una justificaci�n cient�fica o t�cnica para no imponer restricciones sobre el
desplazamiento interno de pescado muerto, incluido el no eviscerado?
6.132 El Dr. Br�ckner indic� que a esta pregunta podr�a responder mejor un
ictiopat�logo.
6.133 El Dr. McVicar respondi� que la mayor�a de las enfermedades de peces
mostraban variaciones en su frecuencia tanto a nivel local como a niveles
geogr�ficos m�s amplios. Incluso cuando las enfermedades se consideraban de
difusi�n generalizada dentro de un pa�s/zona, el control mediante una
restricci�n legislativa del desplazamiento de peces vivos o de partes de peces
pod�a ser beneficioso cuando hubiera una distribuci�n discontinua o bien
existieran ciertas poblaciones que fueran particularmente vulnerables (por
ejemplo, poblaciones de criaderos). �ste era un principio en el que se basaban
varias reglamentaciones de lucha contra las enfermedades de los peces (por
ejemplo, la Ley sobre Ictiopatolog�a del Reino Unido, la clasificaci�n de la
Lista III de ciertas enfermedades en la Directiva 91/67/CEE de la Uni�n
Europea). Cuando se hubiera demostrado un riesgo importante, se pod�an imponer
controles nacionales o internacionales. Sin informaci�n detallada acerca de la
vulnerabilidad de las poblaciones de peces a las enfermedades enumeradas en la
pregunta en distintas partes de Australia, no era posible pronosticar el riesgo
para ellas y las ventajas que podr�an derivarse de la introducci�n de controles
nacionales sobre los peces o los productos derivados. Si bien hab�a una
tendencia creciente hacia el uso de un enfoque precautorio en la aplicaci�n de
restricciones, estaba firmemente convencido de que los controles normativos
sobre las enfermedades de los peces deber�an estar sujetos a un an�lisis tanto
del riesgo como de los beneficios en funci�n de los costos para contar con una
base cient�fica l�gica. Asimismo, debido a las variaciones entre las
enfermedades en factores como los niveles de infecci�n, la supervivencia de los
pat�genos, el uso de productos, etc., no era posible llegar a la conclusi�n de
que las medidas utilizadas para reducir el riesgo de una enfermedad ser�an
igualmente beneficiosas para otras enfermedades. Cada enfermedad considerada
potencialmente importante requer�a un examen individual de las medidas
necesarias para reducir el riesgo de su propagaci�n. Puesto que las enfermedades
enumeradas en el p�rrafo 138 de la primera comunicaci�n del Canad� no eran de
las que se estaban controlando en las importaciones de salm�n canadiense a
Australia, no ser�a adecuada la comparaci�n directa.
6.134 La Dra. Wooldridge indic� que no se consideraba competente para responder
a la mayor parte de esta pregunta. Para contestar plenamente a la cuesti�n
relativa al nivel de riesgo del desplazamiento interno de peces muertos, habr�a
que realizar una evaluaci�n del riesgo espec�ficamente para examinar los riesgos
del desplazamiento interno de los peces muertos. El Canad� indicaba que esos
riesgos resultar�an importantes. As� pues, ser�a posible comparar los
resultados, a fin de comprobar si este riesgo era superior o inferior al riesgo
de las importaciones a Australia procedentes de cualquier pa�s concreto (por
ejemplo, el Canad�). Si entraban en una zona determinada de Australia especies
de peces y productos semejantes de distintos or�genes y si las v�as de
exposici�n una vez que el producto se hab�a introducido en esa zona eran las
mismas (lo cual ser�a muy probable si los productos eran los mismos y se
destinaban a los mismos usos), entonces la comparaci�n del riesgo global
depender�a de la prevalencia de la enfermedad o enfermedades de inter�s en los
peces que se estaban desplazando y del n�mero de desplazamientos a partir de
cada uno de los or�genes.
6.135 Por consiguiente, si se desplazaban productos de los peces con una
prevalencia elevada de la enfermedad X de la zona A a la zona B y se desplazaban
los mismos productos con una prevalencia igual de la misma enfermedad X (en las
mismas cantidades y con todas las dem�s condiciones iguales) a la zona B desde
un pa�s diferente, los riesgos para la zona B ser�an los mismos. Si el nivel de
X en el pa�s diferente fuera realmente inferior al de la zona A, el riesgo para
B seria inferior, y viceversa. Considerando un peligro identificado y un riesgo
evaluado para la zona B, el hecho de que esas consideraciones te�ricas tuvieran
o no alguna aplicaci�n pr�ctica en la atenuaci�n del riesgo depend�a (en parte)
de que las importaciones a un pa�s determinado pudieran estar o no legalmente
permitidas s�lo a determinadas regiones o zonas de ese pa�s, as� como de que
hubiera o no salvaguardias para los desplazamientos internos. Sin embargo, si
hubiera un riesgo alto evaluado de transmisi�n interna de la enfermedad a la
zona B a causa del desplazamiento de productos del pescado y �ste no se hubiera
abordado, la Dra. Wooldridge estimaba que parecer�a superfluo intentar detener
la misma enfermedad o enfermedades mediante la restricci�n de las importaciones
extranjeras a la misma zona.
Pregunta 23. �Puede detectarse A. salmonicida (t�pica y at�pica) mediante examen
visual? En caso negativo, �qu� medidas sanitarias y fitosanitarias pueden
adoptarse para las importaciones de peces ornamentales vivos que se sabe que son
portadores de esos agentes y para el arenque entero destinado a cebo que tambi�n
se sabe que es portador?
6.136 El Dr. Br�ckner indic� que a esta pregunta podr�a responder mejor un
ictiopat�logo.
6.137 El Dr. McVicar respondi� que la mayor�a de las especies de peces parec�an
ser susceptibles a la forunculosis t�pica, pero el nivel de susceptibilidad y en
consecuencia la patolog�a asociada que podr�a detectarse era variable. La
forunculosis t�pica latente (es decir, infecciones cl�nicamente no manifiestas)
debida a A. salmonicida spp. salmonicida hac�a tiempo que se conoc�a como un
problema que creaba dificultades en la lucha contra esta enfermedad en los
salm�nidos. Los peces infectados de forma latente podr�an actuar como portadores
y contagiar la infecci�n a otros peces. En los casos de forunculosis aguda, se
podr�a producir una mortalidad elevada en las poblaciones infectadas sin que se
manifestasen signos externos de infecci�n. En ambos casos, era poco probable que
en el examen visual durante la inspecci�n del pescado se pudieran detectar todos
los peces infectados.
6.138 Hab�a una cepa t�pica de Aeromonas salmonicida presente en un gran n�mero
de especies portadoras de agua dulce y marina y la patolog�a asociada que se
hab�a registrado era variable. Sin embargo, el signo cl�nico m�s com�n de A.
salmonicida at�pica era la ulceraci�n cut�nea, que era detectable mediante un
examen visual. La b�squeda de los peces ornamentales vivos con dichas lesiones
en la importaci�n y el uso de restricciones de cuarentena, con vigilancia
sanitaria despu�s de la importaci�n (es decir, las medidas sanitarias y
fitosanitarias indicadas por Australia para los peces ornamentales vivos), no
cab�a duda de que reducir�an el riesgo de liberaci�n de peces muy infectados,
pero no detectar�an y eliminar�an necesariamente los peces con infecci�n
latente. As� pues, parec�a que Australia estaba dispuesta a aceptar para las
cepas at�picas de A. salmonicida un nivel m�s alto de riesgo que para las
t�picas. Igualmente, si bien la congelaci�n del arenque reducir�a sin duda
considerablemente el nivel de los agentes pat�genos viables en cuesti�n
presentes en el cebo importado, cab�a esperar que se mantuviera en ellos un
nivel de infectividad y, por consiguiente, de riesgo. Esto quedaba
contrarrestado por la probable variabilidad de las "cepas" del agente entre las
distintas especies portadoras y el probable factor de diluci�n presente en la
zona de uso tras la importaci�n (a lo que se hab�a referido tambi�n en su
respuesta a la pregunta 10).
6.139 La Dra. Wooldridge se�al� que no se consideraba competente para responder
a esta pregunta.
Pregunta 24. �Refleja la presencia/ausencia en la lista de la OIE de diferentes
enfermedades y/o la clasificaci�n de la OIE el resultado de la evaluaci�n del
riesgo y la gesti�n del riesgo de manera comparable con lo indicado en el
p�rrafo 1 del art�culo 5?
6.140 El Dr. Br�ckner respondi� que estaba admitido que la lista de la OIE no
era completa, como se indicaba en el IRA de 1999, por lo que la Comisi�n para
las enfermedades de los peces de la OIE la evaluaba de manera permanente previa
recomendaci�n de los Estados Miembros. Si el IRA de 1999 se hubiera concentrado
solamente en las enfermedades enumeradas en el C�digo de la OIE, habr�a sido
incompleto. El p�rrafo 1 del art�culo 5 del Acuerdo MSF se refer�a tambi�n a las
t�cnicas de evaluaci�n del riesgo elaboradas por organizaciones internacionales.
El IRA de 1999 utilizaba �stas como orientaci�n, de conformidad con el p�rrafo 1
del art�culo 5.
6.141 El Dr. McVicar observ� que la lista de enfermedades de la OIE era el
resultado de decenios de experiencia en la esfera de la patogenicidad y las
consecuencias de esas infecciones en varios pa�ses, la ausencia de medidas
adecuadas de lucha contra ellas, el conocimiento de su distribuci�n limitada y
su flexibilidad frente al confinamiento y la lucha contra ellas con medidas
legislativas. Como no hab�a registros publicados, estaba claro que en ning�n
caso se hab�a realizado una evaluaci�n formal del riesgo, aunque a grandes
rasgos pod�a considerarse la sensibilizaci�n internacional y el acuerdo sobre
sus efectos como una forma de evaluaci�n cualitativa del riesgo. No era
coincidencia que la mayor parte de las enfermedades enumeradas por la OIE fueran
tambi�n enfermedades controladas mediante reglamentaciones para la lucha contra
las enfermedades de los peces de �mbito nacional (por ejemplo, el Reino Unido,
los Estados Unidos, Irlanda, Canad�) o internacional (por ejemplo, la Uni�n
Europea). La OIE recib�a anualmente cuestiones de ictiopatolog�a de los
participantes nacionales, evaluaba la reglamentaci�n y las listas de
enfermedades y, si lo consideraba oportuno, pod�a a�adir enfermedades a la lista
o suprimirlas.
6.142 La Dra. Wooldridge indic� que no ten�a competencia para responder a esta
pregunta.
131 En el Anexo II del presente documento figura una
transcripci�n de la reuni�n con los expertos.
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